Las canciones báquicas, eróticas y tabernarias de la Edad Media que Carl Orff convirtió en la cantata escénica más popular del siglo XX, sonaron espectacularmente en la noche capitalina del sábado. La brillante versión de Luis García Santana al frente del Coro de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria y de la Orquesta Sinfónica de Las Palmas marca un pico elevado en lo que va de Festival. La grada del parque Santa Catalina aparecía abarrotada y el alcalde Saavedra, acompañado por concejales de todos los partidos, encabezaba la nutrida presencia de representantes culturales.

El códice con tres centenares de canciones ("carmina" en latín) de trovadores, estudiantes y jocundas gentes de mal vivir halladas en el monasterio benedictino de Büren o Beuron (de ahí el "burana" del título) habían sonado en todo el Medievo europeo y entrado en España por el camino de Santiago. La reescritura de veinticinco de ellas por Orff respeta su carácter elemental y primario en las armonías y en la instrumentación, lo que explica en parte su infinita repetición desde que fueran estrenadas en 1937. García Santana trabaja con acierto la poderosa energía del canto coral, la muy colorista escritura de la orquesta y, fundamentalmente, el único elemento complejo de la partitura, que es el ritmo.

Rítmicamente, la versión escuchada es perfecta, como exacto el corte polifónico, la unidad y el ajuste de las cuerdas, el efectismo exclamativo y la excitante sucesión de largos "ostinati" que vertebran la escritura.

El coro de la Filarmónica estuvo impecable en sus muy numerosas y contrastadas páginas, luciendo sin desmayo empaste, afinación y extensión. La Sinfónica impuso sin problema su lenguaje cuando el texto lo exige, e hizo alarde de buenos solos, metales entonados y excelentes percusiones, con dos pianistas de lujo: Sergio Alonso y Nauzet Mederos.

Entre los solistas destacó de manera muy notoria el barítono Enrique Sánchez Ramos, con todo el poder y la valentía de un canto siempre arriesgado por la inusual tesitura aguda, las diferencias de carácter o la incómoda alternancia de la voz y el falsete, resuelta con naturalidad. Espléndido cantante a recuperar para nuevos cometidos. Judith Pezoa, polo cortés y amatorio ("cours d'amours") cantó extraordinariamente bien con su timbre soprano lírico-agudo una parte pensada para un color más sensual. Y el tenor Enrique Sánchez Ramos no pudo con el burlesco "Olim lacus" por resistirse precisamente al falsete en una canción cuyos agudos lo piden a gritos.

Tony Suárez creó una grata iconoteca, entre realista y onírica (con singular intensidad en los motivos nestorianos), proyectada al fondo del escenario para recordarnos que estas "Canciones de Büren" no nacieron como concierto sino como cantata escénica. En suma, una noche tan triunfal como la recurrente "fortuna", emperatriz del mundo y voluble amante...