El exportador agrícola Manuel Lorenzo Hernández, de los espuelas, con una finca de 25 fanegadas en San Andrés, alcanzó el puerto de La Luz con el chófer, y sacó del buque al hijo díscolo. La decisión de su vástago y de unos amigos que lo acompañaban tuvo una repercusión sonada en la vida del futuro artillero, hábil manipulador de los primeros telémetros ópticos para que los cañones alcanzasen el objetivo. Su padre lo manda a Madrid, donde está hasta 1935. La estancia en la Residencia de Estudiantes viene a ser como la aparición de un fantasma: ninguno de sus hijos lo sabía, ni él hizo de la experiencia un casus belli. Fernando Lorenzo Casabuena está en la lista facilitada por la institución, y su hijo hijo Diego Hernández-Casabuena Caballero hace constar que conocía con intensidad la vida y obra de la capital de España. No había ningún secreto madrileño para él.

En 1936, con los nacionales, empieza la guerra como brigada de Artillería. Sus conocimientos matemáticos, materia en la que iba sobrado, y sus estudios de peritaje industrial le sirven para estar en los puestos de observación del frente. En la casa de su hijo Diego, como un símbolo, está el viejo telémetro del padre. Fernando Lorenzo Casabuena utilizará el aparato portable para dar a los artilleros las coordenadas para que la munición llegue hasta el enemigo. Realiza cálculos sobre el papel y comunica a sus compañeros, a través de un sistema telefónico, los datos exactos.

Nunca habló en familia sobre cómo fueron sus años en la guerra. "Él se refería al asunto con Vicente Barea, Antonio Rodríguez o su cuñado Enrique Rocafort, sus mejores amigos, pero siempre que ello ocurría pedía a los niños que nos fuésemos", señala su hijo. Estuvo en los frentes de Guadalajara, Barcelona, Teruel y Zaragoza, y al final del conflicto ingresa en la Academia General Militar de Zaragoza. Su destino tras acabar los estudios será el Regimiento Mixto de Artillería Número 94 (Ramix), a donde llega con el grado de teniente. Hasta el año 1959, Fernando Lorenzo Casabuena mantiene firme su convicción como militar del bando vencedor. La trayectoria la rompe su participación como capitán del pelotón de honor (testigo) en un fusilamiento en La Isleta.

El hijo, Diego Hernández, relata el hecho: "Me parece que fue lo más dramático y quizá marcó el inicio de su posterior retirada de la carrera de las armas. El episodio es que iban a fusilar a dos guardias civiles que habían matado a un oficial militar aparentemente bebido y supuestamente a sangre fría en un extraño suceso. A la seis de la mañana", prosigue el hijo del militar, "hora prevista para cumplir la sentencia, se ordena formar el pelotón. Mi padre pide un retraso de la ejecución al entender que está en trámite un indulto. Uno de los reos pedía clemencia, pero el otro capitán responsable recusó alegando que había llegado la hora. Poco tiempo después llegó la orden de indulto firmada por Franco, aunque sólo para uno de ellos. Él tuvo que comunicar formalmente que la sentencia se había cumplido a la hora dictada".

Dos años después, al amparo de una normativa que le permitía acceder a un destino civil, Fernando Lorenzo Casabuena abandonaba el ejército con el grado de teniente coronel. En cierta manera volvía a su segunda pasión, las matemáticas, dado que se incorporaba a la Delegación Nacional de Estadística. Con tres hijos, y casado con Carmen Caballero Cabrera, hija de un industrial tabaquero (Flor de Oro, Gabinet y Montefino), la vida del artillero se expande entre las comodidades, el ocio y las tertulias de la alta burguesía insular que empieza a vivir el desarrollo turístico. Unos años prósperos que eran la antesala de la disolución o el cambio de manos de grandes propiedades agrícolas, que eran ocupadas por proyectos de urbanización.

La biografía de Fernando Lorenzo Casabuena es siempre militar, y su marca en el registro de la Residencia, de la que nunca habló a sus hijos, viene a ser un mero paso hacía su vocación de soldado. Una ambición imposible de desgajar de un tiempo donde una generación no vio más allá de las armas.