Hay momentos en que la pintoresca gestualidad de Roger Norrington le convierte en bienhumorada caricatura de director. Y otros en que se pasa de confianzudo con el público que aplaude cuando no debe. Gracietas aparte, es un músico serio aunque no gusten todas sus decisiones, concebidas algunas desde un historicismo "blando" y aceptable que personaliza el efecto sonoro sin empobrecerlo. Otras veces se pasa cuatro pueblos, por mucho que uno intente permanecer abierto a la inagotable novedad de lectura de las obras maestras.

Magnífica la Leonora III de Beethoven, diáfana en las cuerdas sin vibrato y el uso selectivo de instrumentos "antiguos" en vientos y timbal. Erguida, contrastada y llena de vida, nos pareció legítima pese a ciertas familias superpobladas.

Lo mejor del programa fue la Serenata Op.31 de Britten por la sutileza y exquisitez de las atmósferas, muy cuidadas por la batuta en los arcos; la espléndida prestación del tenor Benjamin Hulett, timbre natural, sin impostación teatral, capaz de apianar los agudos sin caer en falsete y muy inteligente en el carácter contrastado de los poemas; y también por el gran trabajo del trompista Wolfgang Wipfler, inmejorable con la trompa natural, sin pistones, del prólogo y el epílogo (éste dall interno), así como por el denso y noble color conseguido con la trompa moderna. Este instrumento, el más desleal de todos, les hace gallos hasta a los ejecutantes más virtuosos. Nada digamos de la antigua, cuya "personalidad" está en desafinar, gallear y emitir indeseados frullati. Gracias al excelente tañedor, en este caso nos costaría elegir entre ambas. Momento de auténtico encantamiento el de esta pieza, tan poco presente en los programas canarios a pesar de su belleza.

Donde tenemos que decir "no" al maestro es en la Sinfonía Praga, una de las últimas de Mozart. El concepto estereofónico que divide la orquesta en dos grupos enfrentados y, consecuentemente, duplica toda la madera (o la triplica, como en el bis con la obertura de Las bodas de Fígaro) produce resonancias que distraen del texto y rarifican el estilo. La sonoridad se hace basta, y agobiantes los pesos de un tutti que nada tiene que ver con la transparencia mozartiana. De la misma manera que en Mozart no sobra nada de lo que está escrito, las agregaciones lo desnaturalizan, quiera o no Sir Norrington.

Nuestra admiración y aplauso a la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart, conjunto lleno de juventud y alegría, muy dúctil para todo lo bueno y menos bueno de su nada convencional director titular.