Con un aluvión de críticas positivas detrás y la referencia de ser el espectáculo revelación de la temporada en España, llegaba el pasado fin de semana al teatro Cuyás La Función por hacer, una versión de Seis personajes en busca de autor de Pirandello, con elementos de otras piezas del autor italiano y con la diferencia de que cuatro personajes, en vez de seis, irrumpen durante la representación, no de un ensayo, sino de una comedia.

La obra está protagonizada por un pintor de escaso talento y una chica con poco sentido del humor y el público contempla la representación con espectadores en el propio escenario.

De una manera brillante e inesperada irrumpen los personajes, formados por dos hermanos y sus parejas, y que arrastran un drama consistente en que el mayor está casado y se lio, fugaz pero fatalmente, con la compañera de su hermano menor. De repente, el pintor se convierte en un director y su pareja en una actriz colérica y observamos una continua metamorfosis de los actores que se transforman en personajes y de los personajes que actúan fuera de su papel.

A partir de aquí, los diálogos se entremezclan hasta el punto de que en ocasiones el espectador no sabe lo que está pasando, ni quién es quién. Sobre todo cuando los cuatro personajes comienzan a revelar sus indiscreciones y traiciones llegando a las manos en varias ocasiones. La obra se desinfla a medida que avanza hasta el punto de acabar con un desenlace algo abrupto e inconsistente. A pesar del fútil intento del personaje del actor por dirigirlos, todos se funden en una misma función sin guión, ya que los actores no interpretan, sino viven las situaciones.

El público pasa así del terror a la risa en varias ocasiones, por que la obra, al igual que la vida misma, es una tragicomedia.

Del Arco y Tejada han elaborado una original puesta al día de una obra fundamental en la historia del teatro y han eliminado los excesos retóricos de Pirandello. Sin embargo, las reflexiones del dramaturgo italiano sobre la metateatralidad han sido reducidas muy considerablemente, con lo que su visión acerca de la cualidad ilusoria de la realidad brilla por su ausencia en la mayor parte de la obra y sólo a través de unas breves frases de Israel Elejalde somos conscientes de la voluntad del Nobel italiano de hacer ver el teatro dentro del teatro como una metáfora de la vida.

No creo que nadie se haya aburrido viendo la obra, puesto que, por su originalidad y la calidad de sus actores, no deja indiferente a ningún espectador, pero dudo que muchos hayan comprendido el verdadero propósito de Pirandello de hacernos ver que la realidad es ilusoria, teatral, pues el teatro es imagen del mundo, y ambos son una representación.

El paralelismo entre vida y escena ha trascendido el ámbito de lo metafísico para convertirse en un lugar común dentro de la literatura desde que la usaron los pitagóricos, y la obra de Pirandello es la última representación de este hecho. Como expresó Quevedo en Epicteto y Phocílides en español con consonantes: No olvides que es comedia nuestra vida / y teatro de farsa el mundo todo / que muda el aparato por instantes/ y que todos en él somos farsantes.