Murmullo de hojarasca (Aguere-Ediciones Idea) es un viaje por las debilidades humanas, pero también por su coraje. En sus páginas palpita el corazón de personajes valientes y cobardes a la vez. José Luis Correa se mete en la piel de Olga Morante, una periodista harta de cubrir eventos casposos que busca el reportaje de su vida. Y lo encuentra en el parque de San Luis, remedo literario del Santa Catalina, donde un grupo de extraños individuos sobrevive de las limosnas del prójimo. Allí vive Diego Córdoba, un hombre misterioso, atormentado, que cambiará su vida para siempre. El novelista ofrece todos los géneros en uno, marca un ritmo trepidante y sorprende con un final que deja sin aliento. La última novela de Correa se presentó el pasado jueves, en Ámbito Cultural.

- En Murmullo de hojarasca, el lector se ve sacudido por un relato en el que da usted una lección sobre las contradicciones de la especie humana, ¿cómo decide el arranque de esta historia de amor y desesperación, de humor y tragedia, de lo cotidiano y lo trascendente?

- Esta novela parte de un reto y una realidad cruda. El reto es ponerme en la piel de una mujer, escribir desde la perspectiva narrativa femenina. Estaba ya harto de que todo el mundo me identificara con Ricardo Blanco y mis demás personajes (risas). La realidad la vivo cada día, usted sabe que escribo en las terrazas, cuando se me acercan una pléyade de desarrapados y desnortados cuya vida uno quiere entender.

- ¿Cómo se ha metido en la mente de Olga Morante, su protagonista femenina, que, además, cuenta la historia en primera persona?

- La verdad es que, sin saber aún si para el lector es creíble, no ha sido tan difícil. Lo de las mujeres de Venus y los hombres de Marte está bien pero no deja de ser una generalización. Conozco más de un hombre venusiano y de una mujer marciana. Y de hecho, cuando la escribía y compartía con amigas algunos fragmentos, me di cuenta de que ni siquiera ellas se ponían de acuerdo en lo que suele hacer, pensar o expresar una mujer.

- La novela tiene un sabor amargo en muchos pasajes, como si tuviese una visión pesimista de las relaciones humanas, aunque hay notas discordantes, momentos en el que se reconcilia con su especie...

- Es una novela que mezcla dos realidades: la social y la íntima. No deja de ser una novela social de eso que llaman colmena. Personajes colectivos, cada uno con su propia miseria. Pero también es un viaje de los protagonistas hacia su propio descubrimiento. Y, como diría Serrat: "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio".

- Su estilo, como en sus otras novelas es directo, trepidante, en ocasiones el lector parece estar asistiendo a un concierto por el ritmo que imprime a las frases, ¿cómo se consigue mantener esa tensión?

- Creo que la tensión de la lectura tiene que ver con la de la propia escritura. Escribo así, con una necesidad de narrar, apasionado, e imagino que eso acaba contagiando al relato. En el fondo uno escribe lo que le gustaría leer.

- Aunque es una pregunta que puede parecer recurrente si se le hace a usted, ¿podría existir José Luis Correa, el escritor, si no existiesen la buena música, el cine clásico o la gastronomía de gourmet?

- La pregunta no es recurrente. Y podría existir pero sería otra cosa. El José Luis Correa que escribe no es tan diferente del que enseña en la Universidad, cena con sus amigos, va al cine con su hijo o acude a un concierto de jazz. ¿Lo ve? Música, cine, gastronomía... Al final todo forma parte de la vida... Y de la literatura...

- La ciudad de Las Palmas de Gran Canaria vuelve a ser su plató literario, no en vano, es autor de una guía literaria de la ciudad y su personaje más conocido, el detective Ricardo Blanco, es de La Isleta. ¿Por qué ha cambiado algunos de los nombres de los lugares, por qué el parque de Santa Catalina es el de San Luis?

- Fue una boutade, un juego literario más inocente que otra cosa. De hecho en la propia novela se hace alusión al cambio de nombres. Creo que cualquiera lea Murmullo de hojarasca me reconoce a mí y a Las Palmas de Gran Canaria.

- ¿Hizo trabajo de campo para acercarse al mundo de la marginalidad donde sitúa la primera parte de la trama de la novela?

- Suelo hacer poco trabajo de documentación. Más que nada porque eso lleva su tiempo y yo no tengo tanto como quisiera. A mí lo que me gusta es escribir, no documentarme. Soy escritor: finjo, invento... Pero sobre todo imagino cómo sería la vida de esos seres marginales que veo a diario pidiendo limosna en las terrazas.

- ¿Por qué una novela de esta calidad ha estado en un cajón desde 2004, cuando la escribió? ¿Querría hacer un diagnóstico de la edición de autores canarios?

- En mi caso es fácil. Estoy encadenado a Ricardo Blanco (risas) y no hay modo de liberarme de él. Es una prisión elegida, eso sí. Me encanta y me sigue haciendo feliz. Pero ocurre que las demás novelas parecen no interesar a nadie o, al menos, a nadie dedicado a editar. Ahora, con este proyecto de Ángel Morales de G21, creo que más de un autor va a desempolvar alguna que otra vieja novela. Y eso es muy importante porque el lector, que al fin y al cabo es soberano de este reino, va a poder acceder a una serie de escritores más que interesantes que, por cuestiones de mercadotecnia y negocio, parecen, sólo lo parecen, de menor calidad que los autores peninsulares o extranjeros.

- Creo que tiene ya en el horno la próxima de Ricardo Blanco, ¿un anticipo pequeño?

- Claro. Se llamará Nuestra señora de la luna y con la Iglesia hemos topado, amiga Cira. Se trata de un caso, -muy ficticio, ¿eh?, recuerde lo de la ficción- de tráfico de obras de arte en el que están implicados varios prebostes de la curia insular. Es una novela que transcurre entre el Museo Diocesano y un convento de La Atalaya... En la novela hablo de las Ursulinas para no comprometer a las pobres monjitas (más risas).

- En cuanto a algún otro proyecto, tengo entendido que hay algo por ahí de una novela erótica, aunque usted introduce alguna pincelada erótica en casi todas sus novelas, ¿qué hay de esa historia?

- Esa ya está acabada. Se llama La gitanilla de Ankara y le ocurre como al Murmullo de hojarasca que anda esperando quien la rescate. De todas maneras iba a ser erótica y acabó siendo de todo: romántica porque se me enamoraron los personajes, carajo; negra, porque me los quisieron matar; y social porque se mezclaron gitanos y payos.