Casi ayer..." me parece que era cuando vi por última vez a María Dolores de la Fe, "casi ayer" me parece que fue cuando pude compartir con ella la presentación de la biografía de Domingo Déniz Grek junto al autor de la obra y buen amigo común José Miguel Alzola, y sin embargo hoy, cuando recibo la noticia de su definitiva partida, la sensación que tengo, como le ocurrirá a muchísimos de sus amigos, lectores y paisanos en general, es que casi no hubo momento y tiempo en el que sus palabras, su sencilla, aguda, certera, directa y amable visión de su entorno, que es el de todos nosotros, no estuviera muy presente, muy a la mano, en nuestra percepción del ser y sentir de la isla. Y es que ella, "...cuyo nombre repiten con frecuencia a los aires de la isla los portavoces de la fama y la popularidad", como destacó el poeta Manuel González Sosa en la presentación de la escritora como Socia de Número de El Museo Canario, que con apenas quince años ya reconoció como su mundo interior se forjaba con la ciudad y la isla muy a su alrededor, ahora en la hora de la partida definitiva, también le ocurrirá lo que su gran amiga, confidente infantil y compañera de tantas y tantas vivencias juveniles, incluida la redacción de un pequeño periódico manuscrito que titularon Grupitos en un tiempo tan difícil como el mes de noviembre del año 1936, Carmen Laforet escribió en su momento acerca de "...la silueta de la Cumbre, y el silencio de los barrancos, el mar y las playas, humedecerán siempre el latido de mi sangre. Dondequiera que fuese, la isla irá conmigo".

He releído, en estas horas de silente despedida, ese magnífico retrato que María Dolores de la Fe nos ha dejado en su texto Las Palmas casi ayer y, pese al humano, comprensible e inevitable dolor del momento, en especial para quienes la conocimos de siempre, de toda la vida, en mi caso sobre todo por motivos familiares, he vuelto a reír y a sentir la enorme felicidad de reencontrar en sus palabras, en su páginas, la esencia de uno mismo, el rostro y el alma del pueblo isleño al que ella amó profundamente, del que era parte inseparable, del que ha dejado un testimonio indeleble y exacto de su idiosincrasia, de su ser y sentir. Ella misma nos diría con una maravillosa e inolvidable sencillez "...así era la gente de Las Palmas entonces, con sus cosas, con sus golpitos, su calma... Nos conocíamos todos" Ahora, y para siempre, María Dolores nos ha dejado la oportunidad de que en su obra, en sus palabras, nos conozcamos todos un poco mejor.