Una oferta intensiva de la Viceconsejería de Cultura de la ULPGC, y el habitual concierto de abono de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria en el Auditorio, se repartieron el viernes el interés musical de la ciudad, con muy numerosa asistencia en ambos casos. Tres aulas del Vicerrectorado se sucedieron para dar triple imagen de la canción navideña. Abrió fuego el Aula Martín Lutero con su novedoso recital de campanas, especie de diapasones manuales que percuten una sola nota dulcemente resonante y hacen en conjunto las melodías y su base armónica. Fue en el Aula de Piedras y sorprendió a los asistentes por el agente sonoro y una distribución de alturas que exige gran coordinación. Seis de los ejecutantes prolongaron esta parte con nuevos villancicos en instrumentos convencionales (flauta, dos clarinetes, violín, violonchelo y piano). Momentos amables, sin grandes pretensiones.

El Aula de Música Falcón Sanabria prosiguió en el Paraninfo con un doble programa coral. Primero el Grupo Arietta, de ocho voces femeninas, y a continuación la Schola Cantorum de la Universidad, generosamente dirigidos ambos por el propio Falcón en lugar del titular, Stefano Degano, que se recupera de un accidente. El maestro de maestros imprimió a los dos conjuntos su estilo de plena transparencia y definición polifónica, manteniendo una dinámica camerística que refina el populismo de las melodías tantas veces escuchadas en toda clase de versiones. Excelentes resultados de entonación y musicalidad.

Finalmente, el Aula de Jazz ofreció el concierto Navijazz protagonizado por Eva Cortés con los instrumentistas Ballesteros, Gil, Perera y Quevedo. La sala estaba abarrotada pero hube de ausentarme para escuchar en el Auditorio la segunda parte del concierto de abono de la Orquesta Filarmónica, dirigida por el británico Howard Griffiths.

Tras Boccherini y Haydn en la primera parte, ocupó la segunda el ballet de Beethoven Las criaturas de Prometeo, partitura de circunstancias, muchos de cuyos temas reutilizó el genio en cometidos más ambiciosos. Griffiths quiso conseguir la sonoridad "de época", con plantilla de menos de 50 instrumentos, cuerdas sin vibrato y timbaletas: un timbre brillante y de acidez aceptable. La interpretación de una obra tan fragmentaria y desigual no tuvo problemas para la Orquesta, siempre profesional y ágil en su respuesta a la batuta, típicamente británica en la línea de restar masa y peso a la lectura de Beethoven. Buenos efectos dramáticos, como corresponde al ámbito coréutico, y melodías a solo muy bien tocadas por el oboísta Manfred Stettler y la flautista J. V. Gelinas.