El día a día de Lampedusa, la isla italiana cuyas costas han visto llegar a 400.000 refugiados, vivos o muertos, sacudió ayer con un golpe de realidad a la Berlinale, en una jornada que, en lo cinematográfico, estaba diseñada para el lucimiento de Isabelle Huppert.

Dos mundos paralelos -el de los barcos de la Marina que a veces rescatan cadáveres y otras consiguen salvar vidas, más el de la población de esa isla de apenas 20 kilómetros cuadrados- constituyen el núcleo de Fuocoammare, dirigida por el italiano Gianfranco Rosi.

"No pretendo dar un acento político a mi película, nunca lo hago. Solo reflejo una tragedia que se desarrolla a diario ante nuestros ojos", afirmó Rosi, quien además de la dirección asumió las labores de cámara y sonido para un filme cuyo rodaje le ha llevado dos años.

Se trata de la "mayor tragedia que vive la humanidad desde el Holocausto", añadió el cineasta, quien inicialmente se planteó hacer un breve documental, para darse cuenta a medida que avanzaba de que el tema era "demasiado complicado" para comprimirlo en ese formato. El resultado es un filme a medio camino entre el documental y la ficción -con los riesgos que eso entraña-, en el que las imágenes de los cuerpos que la Marina rescata del Mediterráneo conviven con los habitantes de la isla, como el niño Samuele, empeñado en cazar pájaros con su tirachinas.

Rosi sumerge al espectador en una tragedia que se desarrolla a ritmo tedioso, como la vida en la isla, y con la perspectiva de que ese niño o el pescador submarinista en busca de erizos acabarán topándose con esa realidad paralela del refugiado, vivo o muerto. La cámara de Rosi salta de las ecografías a una embarazada -de gemelos- que llega con vida, a las imágenes de subsaharianos deshidratados agonizando sobre el barco de la Marina.