La oportunidad de actuar o girar fuera de Canarias se convierte a ratos en un arma de doble filo para los músicos isleños porque, a las ventajas promocionales de darse a conocer fuera del Archipiélago, se suman los sobrecostes de sobrevolar las barreras insulares, que, además, se elevan desde el propio mostrador de facturación.

"Viajar para un músico es cojonudo, pero también conlleva una parte de producción que hay que preparar muy bien, porque supone trasladar todo el equipo. Y los problemas empiezan desde que cruzas el aeropuerto", señala Jaime Jiménez, alma máter de Red Beard, que ya se ha abierto puertas en el resto de España -con un salto a Guinea Ecuatorial- con su mapa sonoro de country- folk-rock.

"La relación entre los músicos y las aerolíneas es un principio de incertidumbre", apunta Néstor Hernández, guitarrista de La Perra de Pavlov, que clausura este sábado el Festival Cero en la capital grancanaria. "Ya vas pensando en cómo hacer la peripecia o la trampa, porque te arriesgas a dos cosas: a tener que pagar por el instrumento o a que te maltraten el equipo. Y si pagas, esperas que, al menos, lo traten de forma profesional. Pero casi siempre es mucho pedir".

Normativa

Desde febrero de 2014, la normativa europea establece que los músicos pueden llevar sus instrumentos en el avión como equipaje de mano, pero corresponde a cada aerolínea establecer las restricciones por tamaño. Y es aquí donde afloran los costes añadidos, los suplementos especiales y la exposición a los daños durante horas de vuelo en la bodega. "La normativa europa no la aplica ni dios", manifiestan ambos músicos. "Nosotros la hemos descargado y mostrado en los aeropuertos, pero como quien oye llover", añade Jiménez. "El problema es que, cuando te devuelven el instrumento roto, la compañía se lava las manos y, en el caso de que consigas reclamar algo y que te paguen, el tope es muy limitado [corresponde a aproximadamente 1.300 euros]. En muchos casos, no cubre ni la mitad de lo que cuesta un instrumento".

A este respecto, Juan Márquez, diputado de Podemos en el Parlamento canario y miembro de la OFGC, recuerda que, en un viaje a Londres a bordo de British Airways, le devolvieron su contrabajo partido en dos. "Hay que tener en cuenta que, en Canarias, los músicos no tenemos otra posibilidad de movernos que no sea en avión, pero en las compañías aéreas no existe la mínima concienciación, tanto entre el personal de tierra como en el de vuelo, porque aún existe un vacío a la hora de afrontar estas circunstancias" manifiesta. "El caso es que no estamos viajando por gusto, sino porque es nuestra forma de ganarnos la vida y es nuestra herramienta de trabajo. Romperla, destrozarla o perderla en el camino, como ha pasado en muchísimos casos, supone una pérdida laboral importantísima, porque son instrumentos muy caros", señala Márquez.

Sin embargo, sostiene que "lo más lamentable es que no te dejen subir al avión instrumentos que caben perfectamente en el portabultos o en el asiento". Este fue el caso de los músicos de La Perra de Pavlov, en uno de sus pasados conciertos en Barcelona. "Intentamos esconder los instrumentos y nos la jugamos a una carta en la puerta de embarque. Y cuando estábamos en el minibus que te lleva al avión, el personal de Vueling empezó a correr detrás de nosotros", cuenta Hernández. "Vueling ve instrumentos y ve dólares", ironiza. "Por eso intentamos hacer la trampa, como intentan hacerla ellos".

Un caso similar vivió recientemente Red Beard en el mismo finger de acceso al avión, en el aeropuerto de Vigo: "Estábamos a punto de embarcar y nos obligaron a volver a pasar el control, facturar las guitarras y pagar 360 euros de nuestros bolsillos. Y creo que, como este, todos tenemos varios ejemplos".

"Es una actitud muy mercantilista de muchas compañías que, desde que ven algún instrumento, intentan ir a la caza de los músicos", apunta Dani Machín, vocalista de The Birkins, recién llegados de un doble concierto en Barcelona. "El coste extra es por instrumento y ocurre de forma sistemática, tanto a la ida como a la vuelta".

"Por eso, más que una oportunidad, salir es también un esfuerzo, porque lo haces por tu propio pie y con tu propio proyecto, y te ves un poco como los gitanos, con la casa a cuestas, porque intentas llevar todo en el avión y ahorrar costes como puedas", apunta Víctor Ordóñez, líder de The Good Company, que afronta el tramo final de la gira de su tercer álbum, Walden Year. "Todos salvamos la situación con mucha imaginación e, incluso, se crea una red de hermandad entre músicos en la península en la que nos prestamos los instrumentos. Y también eso se convierte en una odisea o tour gitano, que sólo pone parches a un problema real para los músicos canarios".