Ver en Los jueves, milagro (1957) los rostros demudados de Pepe Isbert, Paolo Stoppa, Richard Basehart, José Luis López Vázquez, Guadalupe Muñoz Sampedro, Juan Calvo, Manuel Alexandre, Alberto Romea o Pedro Beltrán, pidiendo comprensión a los vecinos del entrañable pueblo de Fontecilla por inventarse un inofensivo y lucrativo milagro centrado en la desleída figura de San Dimas, un santo humilde y protector que contribuirá a garantizar un futuro de prosperidad para la zona, sigue constituyendo una experiencia ampliamente reconfortante para cualquier espectador interesado seriamente por los hitos artísticos del cine patrio, además de justificar cualquier alianza en defensa de películas que la cerrazón sectaria de unos y la intransigencia moral de otros acabaron situándolas injustamente en un limbo donde aún aguardan a ser rescatados numerosos filmes que, como muchos de los que integran la veterana colección de la Fnac, representan la savia de una cinematografía mucho más rica y sugestiva de la que muchos creyeron en su día.

En el marco de esa formidable antología de clásicos del cine español en la que lleva empeñada la popular multinacional francesa, siempre bajo la coordinación del crítico y periodista de RNE Javier Tolentino, aparece este mes una nueva edición remasterizada del clásico de Luis García Berlanga Los jueves, milagro, a la que, además de haber sido sometida a un minucioso proceso de restauración desde los laboratorios de Filmoteca Española, se le han agregado imágenes que en su día fueron amputadas por la censura, generando el consiguiente malestar generalizado en el marco de una industria fuertemente amordazada por los censores del ancien régime y por la mojigatería propias de una época marcada por una fuerte represión policial y por la persistente actitud de intolerancia demostrada siempre por las autoridades eclesiásticas cuando se trataba de coadyuvar activamente en los meditados planes de adoctrinamiento cultural diseñados por el poder.

En ese escenario político Los jueves, milagro hundía sus afilados dardos críticos en la realidad de un pequeño pueblo obsesionado con buscar soluciones mágicas que pudieran resolver sus viejos problemas. Sin embargo, la anécdota, como en casi toda la filmografía del director valenciano, se convierte en un mero instrumento para activar su prodigiosa habilidad para dirigir situaciones de claros tintes caóticos que enlazan con la larga tradición de comedias costumbristas que adorna nuestro cine. Ese rasgo de estilo, que lo situó a Berlanga entre la crème del cine europeo desde su debut en 1951, será en lo sucesivo la nota dominante en una no muy extensa pero sobradamente acreditada filmografía integrada solo por quince largometrajes y algunos cortos, aunque consolidada como una de las obras cinematográficas más incisivas, ácidas y desternillantes generadas por la industria nacional en muchas décadas.

Tras su estreno, en 1959, el sector más combativo de la crítica nacional, cuya abierta defensa del cine de Berlanga desde Esa pareja feliz (1951) y ¡Bienvenido, Mr. Marshall! quedó siempre meridianamente clara, no dudó en tildarla de reaccionaria en su intento por "desmontar el esqueleto de la represión religiosa a través de una farsa plagada de equívocos no siempre justificables a los ojos de un observador imparcial de la realidad". Años más tarde, análisis muy sesudos sobre la obra de Berlanga, publicados en su mayoría en prestigiosas cabeceras especializadas del momento, como Nuestro Cine o Cinema Universitario, avanzaban una nueva revisión de su filmografía a la luz de los éxitos que cosechaban sus filmes más allá de las fronteras españolas. Además de los títulos citados, Berlanga ya tocó la gloria anteriormente con Novio a la vista (1953) y, sobre todo, un año antes, con Calabuch, una de sus incuestionables obras maestras entre cuyas imágenes se deslizan toneladas de vitriolo contra una España oscura y envenenada por la ignorancia que se resistía a desaparecer, o sea, que sus problemas con la Administración franquista no eran nuevos. Lo que sí rompió todos sus esquemas fue el empecinamiento de algunas de las firmas más prestigiosas de la crítica nacional en situar Los jueves, milagro en el ámbito reduccionista del cine religioso cuando el propio Berlanga sostuvo siempre que sus intenciones eran justamente las contrarias a las que les reprochaban. Su utilización de la fe religiosa como instrumento al servicio de la manipulación es, probablemente, uno de los temas que más le ha preocupado a Berlanga desde su primer campanazo con Esa pareja feliz en 1951, "porque la religión", remarca, "nunca ha estado entre mis temas prioritarios como cineasta".

El propio director lo dijo: "Con la productora tuve ciertos problemas que, no recuerdo bien, tuvieron que ver con el guion, con las continuas modificaciones que me impusieron. Hasta llegaron a contratar a un cura, un cura censor, el padre Garau, para que me ayudara. ¡Joder con la ayuda! El tío escribió doscientas páginas sobre lo que debería de hacer o dejar de hacer San Dimas. Ahora no recuerdo su figura como guionista en los títulos de crédito, pero yo lo propuse seriamente, incluso con abogado, con Vizcaíno". La película, que fue presentada en el Festival de Bruselas de 1958 y obtuvo, entre otros, el premio al mejor argumento del Círculo de Escritores Cinematográficos, comenzó a escalar peldaños hasta alcanzar con el tiempo el estatus de una obra mayor, tan admitida por historiadores y críticos como lo es el reconocimiento inobjetable de sus filmes más canónicos.