Vladimir Nabokov fue uno de los más grandes novelistas del siglo XX. Su mérito es aún mayor si tenemos en cuenta que la mejor prosa la escribió en la que podría considerarse su tercera lengua. Nació en San Petersburgo, Rusia, en 1899, y creció hablando ruso, francés e inglés. Diez de sus novelas se publicaron en su lengua materna y nueve -entre ellas Pnin, Pálido fuego y Lolita, tres de sus obras más famosas- en la de Miss Clayton, la institutriz que le daba clases en aquella habitación bañada por el sol de la mesa redonda cubierta de hule que olía a goma de pegar, según él mismo contó en Speak, Memory, la autobiografía donde recoge sus meditaciones infantiles. En el inglés que escuchaba de su madre cuando le leía en el salón de la casa de campo, en los largos crepúsculos del verano que Nabokov solía evocar en ruso: soomerki. Una preciosa palabra capaz de subrayar la infinita suspensión vespertina, acompañada de los lejanos gritos de los pájaros que procedían del otro lado del río.

Realmente Nabokov aprendió a leer en inglés antes que en ruso. Sus primeros amigos fueron los cuatro personajes de la gramática que utilizó por primera vez: Ben, Dan, Sam y Ned, y a través de ellos supo expresar sus tempranas inquietudes. A la vez que se abría paso en un idioma que iba marcarle literariamente.

Pero no sólo le era familiar la lengua extranjera de los ingleses. La familia a la que pertenecía, como otras de la sociedad rusa acomodada de entonces, tenía predilección por los productos de la civilización anglosajona. Nabokov lo recrea así: "A la hora del desayuno, el Golden Syrup importado de Londres envolvía con sus brillantes anillos la cucharilla, después de que ésta hubiera dejado una porción de melaza en el pan con mantequilla. De la English Shop de la Avenida Nevski nos llegaban toda clase de agradables y dulces artículos: pasteles de frutas, sales de olor, barajas, rompecabezas, americanas a listas, pelotas de tenis tan blancas como el talco".

Nabokov escribió sobre la comida a menudo y de manera brillante en sus novelas. En junio de 1926, al año de casarse, mientras que Vera, su esposa, se estaba recuperando de la depresión en un sanatorio suizo, cayó, además, en la tentación de la segunda cena. Este desayuno de medianoche, como él acostumbraba a llamarlo, consistía en fiambres, salchichas, dos huevos, copos de avena y compota de fresas. Con los huevos era especialmente metódico en la manipulación, los tiempos de las cocciones y la manera de rebanar limpiamente en círculo la tapa de la cáscara para comerlos en la propia copa utilizando la cucharilla o el pan inglés blanco con mantequilla, regularmente troceado en bastones. Los huevos, un par de minutos en agua hirviendo y listo. El escritor Ralph Waldo Emerson, que era un perfeccionista, solía decir que siempre existe una manera mejor de hacer las cosas, incluso cuando se trata de hervir un huevo. Por lo pronto lo primero que hay que evitar es que el huevo rompa al golpear contra el lado maldito del cazo o de la cacerola y comience a despedir nubes de espuma blanca. De lo contrario hay que repetir la operación de introducir la cuchara con cuidado en el agua.

Junto a los recuerdos del pasado, en la obra de Nabokov aparecen menciones de los platos tradicionales, tan queridos y añorados por los emigrantes que huyeron del bolchevismo. Sigue la tradición literaria rusa, introduciendo la comida como símbolo de la infancia de sus personajes. En la madre Rusia conviven más de 120 pueblos; los hay que desayunan huevos revueltos y quienes prefieren el hígado de foca crudo. La mesa rusa, y me refiero siempre a cierta opulencia, suele ser un regalo para los ojos por su variedad y esplendor, empezando por el amplio surtido de entremeses (zakuski), que alargan cualquier comida proporcionando inacabables momentos de placer. "Quien come largo rato, goza de larga vida". Más que en cualquier otro lugar, la rusa ha sido una gastronomía con dos vertientes: la campesina, del horno, la col y las empanadillas, y la afrancesada, de las salsas y el caviar. Un menú tradicional del pueblo podría ser una sopa de pescado (solianka) o de setas, unas empanadillas (pirogui) rellenas de carne, col o kasha (gachas de sémola de alforfón, que se pueden comer de guarnición de una carne o como plato principal), pescados ahumados, arenques€ Uno propio de los Romanov llevaría esturión, bisque de cangrejos y faisán relleno, por poner un ejemplo.

El afrancesamiento de la cocina rusa que se produjo a partir del siglo XVIII, auspiciado por las clases altas, es ya leyenda después de décadas de comunismo y telón de acero. La nueva oligarquía mafiosa tiene otros gustos, caros pero distintos. De la opulencia de entonces pervive el caviar. Pushkin describió un banquete de aquellas alegres veladas en Eugenio Onegin: "Con el sanguinolento rosbif, / la flor de la cocina francesa / trufas ni más ni menos, / el supremo deleite de los jóvenes paladares, / patés de Estrasburgo de calidad suprema, / queso de Limburgo bajo campana de cristal / y, por último, doradas piñas".