Desde la calle en la que se ubica la galería de subastas Fernando Durán podía verse, tras el cristal, la obra de Manolo Millares. Una pieza con fondo azul, llamativa, luminosa, con esa maestría que se advierte en la obra siempre cautivadora del pintor grancanario. Tras una breve pero intensa batalla, un particular logró llevarse esta pintura, fechada en 1955 y con unas medidas de 67,5 por 46 centímetros. Esta pieza Sin título llegaba a la subasta con esa aureola que despiertan los cuadros de importancia. Antes de empezar la puja, ya se advertía por parte de los propietarios de la galería que le "habían salido varios novios". Al final la pieza llegó a los 20.000 euros, además el comprador debe pagar el 21% que corresponde a la galería por los servicios prestados. Así el precio total alcanzó los 24.200 euros.

La velada en el salón de subastas se presentaba con grandes alicientes para el arte de Canarias. Además de este Millares también se podía adquirir un cuadro de Martín Chirino, Crónica del siglo XX sobre Bernini, una acuarela de tinta y ceras sobre papel de 66,5 por 47, 5 centímetros, con precio de salida de 2.500 euros, pero que esta vez no tuvo comprador. Lo mismo le ocurrió a la obra de Cristino de Vera titulada Caja y Cesto, un óleo sobre lienzo con precio de salida de 5.000 euros y de mayor formato, al medir 100 por 81 centímetros, estas dos piezas se quedan en la galería pendientes de llegar a ser adquiridas por futuros coleccionistas.

Los que sí se vendieron fueron las dos láminas de pequeño formato del artista majorero Juan Ismael. La primera, Los ojos, de 1964 y de apenas 15 por 22, 6 centímetros fue adquirida por 575 euros, su precio de salida era de 400 euros. La segunda, Arábiga, también del mismo año y con unas medidas de 11,7 por 13,7 se compró por 660 euros, también partía de 400 euros.

El mundo del arte siempre guarda sorpresas y en este tipo de veladas pueden suceder grandes acontecimientos como que una obra doble o triplique su valor.

Para los propietarios de esta casa de subastas estaba claro que la pintura de Millares podía alcanzar un mejor precio, sobre todo si se hace memoria y se comprueba que hay piezas de este artista, de mayor formato, que han llegado al millón de euros. Eso sucedió el verano pasado con una obra de 1959 y que se subastó en la prestigiosa sala británica Christie.

En la Feria de Arte Contemporáneo Arco también se han puesto a la venta cuadros de Manolo Millares, sus famosas arpilleras por 140.000 euros. Para hoy está previsto que la misma galería subaste un bodegón del pintor tinerfeño Pedro González, y con un precio de salida de 1.700 euros.

Los pujadores

Hay amantes de best sellers que son capaces de guardar cola durante incontables horas hasta que se abre la puerta de la tienda en la que van a poner a la venta lo último de sagas de vampiros o de magos de varita. Dice Susana, de la galería de subastas Fernando Durán, que algo parecido ocurre con los forofos de las pujas. Cuando se va acercando la fecha prevista se frotan las manos, y los ojos. Se llevan a la cama el preciado catálogo, y al más puro estilo de Gollum, El Señor de los Anillos, cuentan los minutos hasta que al fin pueden disfrutar de una jornada de grandes tentaciones.

En general se trata de personas de mediana edad, bien vestidos, con cierto poder adquisitivo, que sueñan con llevarse a casa aquel cuadro que siempre les gustó, o que saben, que si ellos lo ponen en el salón de su ático con vistas, podrán ser la envidia de su reducido grupo de amigos selectos. En este tipo de eventos es fácil tropezar con empresarios, con esposas delicadas de gustos caros, matrimonios bien avenidos que pugnan por alguna que otra pieza.

Y también suelen aparecer los hombres del maletín, los funcionarios del Estado que ya vienen dispuestos a llevarse aquella pintura o aquel manuscrito que después podrá verse en las vitrinas de la Biblioteca Nacional. La ley en España establece que el Estado tiene derecho sobre los particulares a la hora de adquirir una obra de arte, en lenguaje de subastas se denomina: "ejercer el derecho de tanteo". Lo más curioso es que todos los habituales de estos salones tienen algo en común, la tendencia al silencio, el gusto por tratar de pasar desapercibidos. No hay nada más detestable y de peor gusto que acercarse hasta su asiento y preguntarles al oído cómo se llaman y por qué han pujado por esa obra. Eso es algo que no les gusta nada. Ponen cara de pocos amigos y suelen mirar al intruso como quien acaba de detectar la presencia de un ser extraño en un selecto club de pujadores con más estilo.