Uno de los atractivos añadidos que ofrece el libro de Ignacio Romero comienza en el prólogo. El escritor Alberto Vázquez Figueroa no pudo negarse a escribir unas palabras sobre el islote que se levanta en mitad de la bocaina. Dedicado a su madre, uno de los dos hijos de José Rial que nació en Lobos, el escritor cuenta que "Los faros constituyen el mejor ejemplo de lo que significa la solidaridad del hombre con el hombre, y sorprende que ningún país luzca en su bandera la imagen de uno de ellos, cuando son tantos los que le deben gran parte de su gloria? El verdadero mérito de la luz de un faro estriba en el hecho- que no se da en ninguna otra actividad -que de igual modo ilumina al amigo que al enemigo, al pescador que al pirata, y al más humilde barco mercante que al más orgulloso acorazado-".

Alberto Vázquez recuerda que su abuelo dejó escrito. "La soledad comienza cuando aquellos a los que amas se han ido, pero como aquellos a quienes amaba estaban conmigo, en Isla de Lobos no había soledad: tan solo había poca gente". Y así escribe. "Una noche de mar gruesa y luna llena su esposa tuvo la ocurrencia de ponerse de parto y sin más ayuda que un pequeño manual de cómo traer niños al mundo mi abuelo consiguió que alumbrara una preciosa niña de ojos de mar en calma. Quince días más tarde la trasladaron a Fuerteventura, y a lomos de camello siguieron viaje hasta La Oliva donde la bautizaron con los sonoros nombres de Margarita de las Nieves Rial Bonfante".

De manera muy emotiva, Vázquez Figueroa señala que aunque apenas gateaba, su madre ya pasaba largas horas chapoteando entre las rocas al pie del faro, "y pronto dejó clara evidencia de su personalidad puesto que lo primero que dijo no fue papá, sino pulpo. Sus mejores compañeros fueron el burro Venancio y la cabra Aurora, así como los habitantes de una lagunilla poco profunda de la costa de poniente. Observaba el comportamiento de cangrejos, quisquillas, lapas, caracoles, estrellas de mar, pececillos e incluso erizos y lanzaba piedras a las gaviotas que se acercaban con la malvada intención de merendárselos. Como a diario les llevaba las sobras de la cocina, su círculo de amistades acuáticas fue creciendo. El mayor de los cangrejos se llamaba Rodolfo. La mayor de las estrellas de mar, Adelaida. Todas las quisquillas Roberta. Los niños que se crían aislados tienen tendencia a crear mundos fantásticos habitados por personajes con los que comunicarse y lo normal suele ser que las niñas compartan con sus muñecas tales mundos secretos. Pero a mi madre su única muñeca se le antojaba un inexpresivo trozo de trapo bueno tan solo para limpiarse los mocos".

El autor de Ébano recuerda que su madre tuvo una infancia muy feliz en el islote. "Casi desnuda y descalza, cubierta a todas horas con un sombrero de paja que tenía órdenes estrictas de no quitarse bajo ningún concepto? mi madre creció despreocupada, y libre. Murió joven, añorando Lobos".