Cuando en 1942 Albert Camus publicó El mito de Sísifo, comenzaba afirmando que el único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio, así que en consecuencia, era de esperar que en su primera obra teatral, estrenada dos años más tarde, tratase del mismo tema, porque Calígula puede resumirse brevemente: el emperador romano, hondamente deprimido por la muerte de su hermana Drusila -a decir de muchos su amante- planifica su suicidio bajo la forma de un magnicidio.

Si analizamos esta obra teatral como la trama de un estudiado suicidio a manos de otros, entonces el protagonista más que un tirano o un loco es sobre todo un hombre desesperado que al tomar consciencia de su mortalidad descubre el carácter absurdo de la realidad. De este modo Calígula se convierte en símbolo del ser humano, patéticamente mortal ante un universo eterno, lo que le lleva a rebelarse contra su destino en una desesperada búsqueda por encontrarle sentido a un mundo irracional.

Afortunadamente Mario Gas ha respetado la voluntad de Camus, que no quería que su obra se representase en un decorado inspirado en la antigüedad clásica por actores vestidos con togas. En este aspecto es destacable la escenografía de Paco Azorín, consistente en una superficie inclinada sobre el escenario claramente inspirada en la fachada del Palazzo della Civiltà Italiana -símbolo de la arquitectura fascista- y que se prestó a todo tipo de usos, llegando incluso a convertirse ante el espectador en tumba y en terma.

Todos los actores cumplieron con su papel, nunca mejor dicho, pero Pablo Derqui no decepcionó a los que lo habíamos visto interpretar hace dos años el espectáculo Desde Berlín en la misma sala y confiábamos que estuviera a la altura de este nuevo reto.

En cuanto al sonido, en varias ocasiones se oyeron los primeros acordes de Velouria, canción de la banda estadounidense de rock alternativo Pixies, otros de un tema de la banda sonora de El precio del poder de Brian De Palma y más íntegramente Let's Dance de David Bowie con dos personajes de comic, La máscara y Jóker, como maestros de ceremonias de un Calígula encarnando a la diosa Venus bajo la forma de Ziggy Stardust.

Un cóctel muy apropiado para comprender al auténtico Cayo César, un personaje que por su naturaleza trágica es atemporal.