Pasados los tres minutos del tiempo añadido, el árbitro andaluz Pérez Montero dio tres toques a su silbato para decretar el final del encuentro. El instante disimuló ordinario pero escondía un significado de gran trascendencia. Los jugadores dejaron de correr y, por primera vez en muchos meses, respiraron aliviados. Primero dieron la mano a sus colegas de rojo para después comenzar a andar hacia la bocana de vestuario como manda la rutina de cada jornada. Entonces, mientras caminaban pensativos, la temporada debió de pasar por sus cabezas proyectada a modo de tráiler de una cinta de terror. Frenaron el paso, se buscaron con la mirada y mientras algunos se abrazaban en el centro del campo el resto les esperaba, entre comedidos y extraños en su propia inexperiencia. La fiesta de la permanencia quedó entonces para la intimidad del vestuario.

Después de la ilusión del inicio de campaña, de la plaga de lesiones que asoló el vestuario, de sufrir la suma de goleadas y hasta 14 jornadas sin ganar, el cambio de entrenador y la emoción final con la recuperación del Salamanca, "el punto es bueno", se grito desde la grada de Tribuna a poco de comenzar el encuentro. Un punto, la frontera entre el éxito y el fracaso más absoluto, para resolver una temporada eterna y que después de diez meses de competición, un sinfín de altibajos y una montaña rusa de emociones, quizás por las formas, casi ni se celebró por evidente y esperado ni en el césped ni en la grada del estadio de Siete Palmas. Fueron ayer más de 12.800 aficionados los que en la enésima salida precipitada del Gran Canaria, después del sufrimiento, volvieron a vestir camiseta de equipo grande para, olvidada ya esa semana a cuatro puntos de la permanencia, y recuperar la rutina de sus vidas con el equipo de sus amores un año más en la división de plata del fútbol español.

Mucha posesión

Ante un palco plagado de reflexivos candidatos a las elecciones, las formas no ayudaron pese a ofrecer el mayor repertorio de paredes, pases y destellos de calidad en el apartado ofensivo de los últimos meses. El punto es bueno, pensaron todos en el campo y, además, en kilómetros a la redonda. Al rival nada le iba en el envite y al final con la cabeza puesta en el control del esférico y en la posesión del mismo como el fármaco idóneo para evitar sustos, el partido resultó un armisticio sin firma pero evidente para todos.

El encuentro ante el Numancia resultó frío y aburrido; burocrático, como jugar al póquer sin dinero. Y todo pese a un penalti no señalado sobre una internada por la banda derecha del madrileño Juan Quero a los tres minutos del saque del centro del campo y que solo él protestó. A la que hay que añadir una mala salida de Barbosa a poco del final, un gol anulado a Jonathan Viera en un cuestionable fuera de juego y un duelo, mano a mano, entre Mauro Quiroga y el meta Edu Navarro. El error fue perdonable, sobre todo con el sabor a final de curso en el aliento agotado del proyecto de cantera de la Unión Deportiva Las Palmas, esa que ahora se prepara para asimilar y crecer con lo vivido para poner con la mayor de las ilusiones el atributo 2.0. Bueno, antes toca recibir con una sonrisa al CD Tenerife.