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Baloncesto Liga Endesa

El pasto crece, las aves vuelan

El Herbalife Gran Canaria más terrenal se sobrepone al golpe encajado por la baja de Kyle Kuric por culpa de un tumor y barre al ICL Manresa

El expresidente, presente QUIQUE CURBELO

Floyd Patterson fue boxeador, dentro del peso pesado, entre 1952 y 1972. Ganó el oro olímpico en Helsinki 52, lució el cinturón de campeón mundial y, según reconoció él mismo en una conversación con el periodista Gay Talese, fue un cobarde. En septiembre de 1962, tras perder ante Sonny Liston -con la corona planetaria en juego-, el púgil de Waco (Estados Unidos) se escondió detrás de unas gafas oscuras y una barba postiza, se inventó una cojera para aparentar tener más edad que la registraba su partida de nacimiento, tomó el camino hacia el aeropuerto y compró un billete, en la primera ventanilla que se topó abierta, con rumbo desconocido: acabó en Madrid, alojado en el hotel Aaron Watson.

"Estarás preguntándote", apuntó Patterson a Talese en un diálogo recogido en el libro Retratos y encuentros, "qué lleva a un hombre a hacer ese tipo de cosas". "Y bien", subrayó el boxeador, "yo también me lo pregunto. Y la respuesta es que no lo sé... Pero creo que dentro de mí, dentro de todo ser humano, hay cierta debilidad". "Es una debilidad", prosiguió el púgil, "que resulta más evidente cuando estás solo. Y me he dado cuenta de que parte de la explicación de que haga las cosas que hago (ah, cómo me cuesta dominar esta expresión: que yo mismo hago) es porque soy un cobarde".

Seres terrenales

La confesión de Patterson no encaja con el perfil que, de entrada, cualquier persona puede concebir de un boxeador que durante unos meses ejerció como campeón de los pesos pesados. Y ni siquiera se corresponde con la imagen que ahora proyectan las grandes estrellas del fútbol, el baloncesto, el atletismo o el propio boxeo. Más rápidos, más altos, más fuertes, a los deportistas -en la actualidad- se les posiciona casi a la misma altura que a los héroes de la mitología griega: invencibles, indomables, invulnerables.

La realidad, sin embargo, dista una barbaridad de ese tipo de posiciones de leyenda alrededor de los deportistas de élite. Son terrenales pese al destello que deja su trayectoria. Los hay que son buena gente, otros son unos canallas, muchos sufren por el vértigo de la popularidad, algunos disfrutaban bajo los focos y todos presentan un cuadro con preocupaciones varias. Son, como cualquier ser humano, según sus circunstancias.

La reflexión, de manera obvia, no está al nivel del descubrimiento de la penicilina. Pero no está de más recordar que las estrellas del deporte ni son perfectas, ni sus vidas son idílicas ni se mantienen al margen del destino. Ejemplos hay y son varios. Jacques Anquetil, ganador del Tour de Francia en cinco ocasiones, se fugó con la mujer de su médico y, años después, mantuvo un affaire con la hija de su pareja -y, por correlación, de su sufrido médico-. George Best, uno de los futbolistas más geniales de la historia y mujeriego irredento, murió condenado por su adicción al alcohol. La cocaína reventó la carrera de Diego Armando Maradona. Y Luis Aragonés sufrió de trastorno ciclotímico.

La semana más difícil

A la plantilla del Granca, hasta el otro día invicta en la ACB y la Eurocup, esta semana le tocó encajar un revés que le hizo bajar al suelo de golpe. A Kyle Kuric se le detectó un meningioma -un tumor cerebral- y de repente todo pasó a ser secundario. Sobre todo el baloncesto.

Ayer, en el Gran Canaria Arena, se jugó un partido de baloncesto, pero sobre el parqué se representó algo que trasciende mucho más allá del juego. Las lágrimas de Rabaseda, la furia que brotó del rostro de Savané al anotar un 2+1 justo antes del descanso o la emoción contenida del grupo fue un ejercicio perfecto de profesionalidad. Pero también fue mucho más.

Muhammad Ali, sobre el boxeo, admitió un día que era "sólo trabajo. El pasto crece, las aves vuelan y yo le pego a la gente". A esa afirmación, ahora, también se le puede añadir que el Granca gana partidos. Pero más allá de cualquier victoria, con este grupo de personas, alineadas en orden por una causa común, se puede ir hasta el fin del mundo. Son mucho más que héroes, son un grupo de amigos, son una familia. Que se lo pregunten a Kuric.

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