Cuando Rodrigo Rato ofrezca Bankia a los grandes fondos de inversión internacionales, previo a su salida a Bolsa, presentará un balance limpio que no incluye los 53.000 millones de euros en activos potencialmente tóxicos entre viviendas, promociones por acabar y suelo, también participaciones industriales de más que dudosa rentabilidad. Se trata de fondos malos que reúnen algún tipo de riesgo, y de los que al menos 7.400 millones han sido adjudicados por las siete cajas que integran el grupo, entre ellas la Insular de Ahorros, en ejecuciones hipotecarias tras la crisis del ladrillo. El momento de digerir esta pesada carga y recibir el retorno de la inversión es ahora mismo imprevisible.

La solución que ha encontrado Rato para no fracasar en las plazas internacionales ya había sido ensayada con éxito durante la crisis financiera norteamericana y el colapso de algunas entidades hipotecarias alemanas, y bastante antes en China: crear bancos malos donde residenciar esos activos y acudir a los mercados de capitales con bancos buenos que sean atractivos para los inversores, cuya captación permita capitalizar al banco bueno, impulsar su negocio y rentabilidades y, de paso, incrementar las coberturas de sus riesgos hasta que pueda deshacerse de ellos.

¿Es posible un artificio así? Sí. ¿Pueden sentirse engañados con este procedimiento los inversores, el contribuyente, el accionista-impositor o el resto de la banca en competencia? No. De entrada, el dinero que logre captar Bankia en esos mercados (hasta 3.000 millones de euros y desde luego por encima de los 1.795 millones exigidos por el Banco de España) no queda comprometido por riesgo alguno relacionado con los activos malos del grupo. Ante los inversores extranjeros, sean institucionales o particulares, Bankia presenta unas credenciales inmejorables: se trata del primer banco de España en negocio doméstico, con una cartera de casi medio billón de euros, y además está limpio de activos dañados. ¿Quién, con dinero, no invertiría?

El reparto de papeles en el grupo que preside Rato ha dejado el de malo de la película para el Banco Financiero y de Ahorros (BFA), que es propietario de Bankia. Las siete cajas que componen "el primer banco de la nueva banca" no han concretado del todo qué activos tóxicos formarán parte del BFA, pero ya han dado una idea de su volumen cuando se anunció esta semana que los activos con los que Bankia irá a su bautizo en Bolsa serán de 275.000 millones, esto es 53.000 millones menos de los activos totales del grupo (328.000 millones) anunciados a la firma del SIP, que, previsoramente, ya contenía la posibilidad de crear un banco malo.

La caja del BFA se ha ido provisionando con dotaciones suficientes como para hacer frente a sus obligaciones de pago, según fuentes del grupo. Entre sus activos figuran también los 4.665 millones de euros prestados por el FROB, un crédito a devolver entre cinco y siete años cuyo retraso en el pago, y sólo en este supuesto, dará derecho al Estado a entrar en el capital del grupo y sentarse en su consejo, posibilidad esta que ahora mismo descartan en Bankia.

Otra cosa no ha quedado clara en la operación, aunque tratándose ya de un grupo consolidado en sus cuentas poco importaría. ¿Cuál es el volumen de activos dañados que ha aportado cada una de las siete cajas al SIP? En Caja Madrid dicen que es Bancaja la que más y en Bancaja que es Caja Madrid, pero en la primera reconocen activos adjudicados por 2.338 millones y la segunda habla de 3.400 millones. Es decir, que las otras cinco cajas restantes del SIP asumirían 1.662 millones -probablemente bastantes menos- como aportación tóxica al grupo. Desde luego, estas pequeñas cajas no tienen el volumen de negocio de sus hermanas mayores como para comprometer el saneamiento del grupo. Las cajas que lideran Bankia tienen, por sí solas, el 89,76% del BFA, pero es verdad que el ladrillo ha castigado en términos relativos con igual intensidad a las grandes que a las pequeñas: la Caja Insular de Ahorros pasó de contar, al inicio de la crisis, con 60 viviendas adjudicadas (hipotecas ejecutadas) a cargar con más de 150, casi el triple. En el caso de La Caja el ladrillo no desequilibró sus balances hasta el punto de renunciar a beneficios (más de 20 millones en el último año) y sus ratios de mora están bastante por debajo de la media nacional.

El modelo seguido por Bankia para capitalizarse ha sido, además, precedido por la Caixa, precursora en España a la hora de contar con un banco malo. Servihabitat, su nombre, concentra al menos 3.650 millones de euros en activos depreciados, mitad en suelo, mitad en vivienda. Esa cifra coincide con el ladrillo adjudicado, la mitad de lo que carga Bankia. La diferencia entre La Caixa (o Caixabank) y Bankia es que la primera no ha necesitado préstamos del FROB en ningún momento; la segunda sí en una fase inicial, aunque ha renunciado a recurrir a nuevas inyecciones de dinero público que sí podrían entenderse como una nacionalización, circunstancia que los mercados rechazarían.

La creación de bancos malos es, en consecuencia, un modelo que pretenden seguir todos los bancos de cajas, sujeto a autorización del Banco de España. De momento, los dos únicos aprobados son el de Bankia y el de la Caixa. En este punto el regulador ha tenido en cuenta las capacidades de ambos grupos que, para el caso de Bankia, supone ser el tercer banco español en activos (primero en negocio doméstico) con altas coberturas de sus riesgos mediante garantías y provisiones. Pese a una tasa de morosidad en la promoción y la construcción del 18% (tres puntos más que la Caixa), la entidad que preside Rodrigo Rato tiene cubierto el 100% de su riesgo dudoso en el ladrillo mediante provisiones y garantías y el 81% del riesgo vivo.

Antes de que el peligro de quiebra financiera amenazara a las cajas españolas, en Estados Unidos la crisis llegó a convertir a la Administración del presidente Obama en un poderoso banquero cuando inyectó cientos de miles de millones de dólares para avalar bancos malos y salvar a las entidades responsables de las sub prime. Alemania hizo lo mismo con los 230.000 millones de activos depreciados de la Hypo Real Estate. En el caso de EE UU, el Estado llegó incluso a obtener beneficios cuando se desprendió de sus participaciones, de tal forma que el sistema financiero quedó a salvo del colapso hipotecario sin que al contribuyente norteamericano le costara un centavo de dólar. Al contrario.

Por eso se oye a Rodrigo Rato estos días, tras comunicar el BFA la segregación de sus negocios, negar la existencia coloquial del banco malo; él prefiere hablar de "un grupo solvente y rentable". Como ex ministro de Economía de los años del crecimiento que lideró Aznar o ex director del FMI con una imagen impecable que da confianza a los mercados de capitales, Rato está dispuesto a demostrar las dos señas del grupo: solvencia y rentabilidad.