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Análisis

La lucha contra la desinflación

Hay distintos tipos de desinflación (abaratamiento de precios). La causada por las mejoras de productividad, los avances tecnológicos y las ganancias de competitividad se considera benéfica, pero la de ahora tiene otra naturaleza. Hay una tendencia dominante de fondo (globalización, competencia internacional de mano de obra barata, desigualdad creciente, envejecimiento poblacional y exceso de ahorro previsor en países sin Estado de bienestar) y otras que emanan de la crisis -sobre las que están actuando los bancos centrales-, (baja demanda global, exceso de deuda privada y pública, sobrecapacidad productiva, desaceleración, paro elevado y abaratamiento de materias primas) y de las políticas aplicadas contra ella: austeridad pública, rebajas salariales y desapalancamiento privado.

Los bancos centrales combaten la falta de pulso inflacionario ligado al ciclo bajista de la economía para prevenir su deriva hacia la deflación, que es una forma perversa de crisis (una espiral de inflación negativa que se retroalimenta de forma sucesiva con caídas de precios, de la demanda, del empleo y de nuevo de los precios) y que es mucho más difícil de combatir que los rebrotes inflacionarios y las recesiones convencionales.

Aun cuando no exista el riesgo deflacionario (no hay unanimidad sobre ello), la desinflación inquieta porque ésta es una crisis de deuda, y la desinflación, lejos de ayudar a corregirla, acrecienta la carga de los débitos, lo que a su vez es deflacionario. La desinflación es también peligrosa porque, en ausencia de crecimiento vigoroso, merma los ingresos fiscales por la caída de precios y salarios, lo que dificulta rebajar los déficits públicos. Y porque, unida a una baja demanda global, implica crecimientos pusilánimes del PIB y del empleo.

También inquieta porque cualquier tipo de interés se acrecienta en términos reales tanto como caiga la inflación, lo que supone un encarecimiento real del crédito. La necesidad de forzar aún más la caída de las tasas de interés deja sin remuneración al ahorro y esto estimula la asunción de riesgos crecientes por los inversores en busca de rentabilidad, lo que induce a la gestación de burbujas. La bajada de tipos lleva a una mala asignación de los recursos: los proyectos ineficientes pueden competir con los más eficientes en el acaparamiento de la financiación. Y si la baja inflación se perpetúa, los bancos centrales no podrían normalizar su política de tipos y esto les dejaría sin capacidad de bajarlos para luchar contra recesiones futuras.

En ausencia de causas externas, avances tecnológicos y abaratamiento de los factores de producción, los precios caen cuando aumenta la producción y la oferta (lo que ahora no está ocurriendo con intensidad) o cuando se contrae la masa monetaria y el movimiento del dinero. Los bancos centrales están fabricando dinero, por lo que si, aun así, la inflación no acaba de remontar es porque el dinero no circula. Esto es lo preocupante.

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