Filmar dos horas para sólo reflejar los cambios emocionales que se producen entre tres individuos en una naturaleza hostil me resulta abusivo. The Lonliest Planet carece tanto de planteamiento que podría pasar como una nueva modalidad de documental de la National Geographic con ligeros retazos del reality La isla de los famosos. Simplemente porque no pasa casi nada, y porque no es más que un tedioso muestrario de paisajes georgianos con alguna que otra chusca gracieta del guía de los senderistas, y, eso sí, diez minutillos finales sobre frustración personal y tensión sexual.