El núcleo de Majanicho se transforma estos días con la presencia de unos 200 vecinos para pasar las vacaciones de verano al aire libre. La bahía se llena de barquillas y los motores y el jolgorio retumban en la playa. Una de las recién llegadas es Soraya Mesa Figueroa junto a su hijo Pedro Ángel Hernández. El pequeño con sólo ocho años es un gran pescador y un artista. Se mueve entre las rocas con soltura y coge los cangrejos, conocidos como jacas, con arte y esmero.

"Majanicho es el mejor lugar del mundo para las vacaciones de verano y me encanta pescar", confiesa el pequeño. Soraya mantiene la tradición familiar. En la antigua choza de su padre, Augusto Mesa Betancort, se reunían todos los hermanos. "Mi padre amaba este sitio, y los vecinos le añoran y le dedicaron un memorial de bola canaria. También fue el refugio de mi abuelo, Juan Figueroa que era un gran pescador", explica la vecina majorera.

"Ellos nos enseñaron a disfrutar de este paraíso - añade Mesa- que ahora transmito a mi hijo Pedro". Para el cada día es una aventura buscando carnada, cogiendo jacas y pescando con la caña. Un verano al sol con juegos playeros en los interminables y coloridos atardeceres junto al mar.

Soraya enseña su horno de piedra, que ha levantado en la trasera de la vivienda para elaborar pan artesano y asar la tradicional pata de cochino. "Somos cuatro hermanos y nos gusta reunirnos y compartir recuerdos felices". Las pequeñas edificaciones levantadas hace un siglo para el abrigo de los marineros que llegaban desde Lajares y Corralejo se mantienen todavía.

"Hemos reformado las casas porque no vamos a permitir que se caigan, ya que forman parte de la historia y cultura de la Isla. Mi marido Manuel de León creció aquí y nosotros residimos casi todo el año", apunta Isabel.

En la actualidad Majanicho ya no es un núcleo tan aislado y solitario como antaño. Cientos de excursionistas discurren por la senda a pie, en coches, motos y bicicletas en verano. También se ha convertido en el lugar de moda para los surferos.

Para los residentes de mediana edad ya no es aquel pueblo perdido de la década de 1980 donde crecieron sin ver a nadie, y se entretenían "pulpiando".

En la puerta de cada edificación una barquilla fondeada, como en Venecia, y cada mañana una jornada de faena. "Ahora la pesca es una afición para disfrutar del ocio y enriquecer la alimentación familiar, siempre que el tiempo y la mar lo permitan" añade Isabel. Sus hijos colaboran en las tareas domesticas y recordarán este enclave único que según los mayores terminará desapareciendo, ante la amenaza constante del derribo de Costas por situarse en la zona de dominio marítimo-terrestre.

A la entrada del pueblo nos recibe una hilera de cuartos donde se guardan los generadores de cada casa junto a una pequeña ermita y un aljibe. No llega el correo, ni el agua ni la luz eléctrica. "Nosotros apostamos por placas solares y energías limpias para tener una vivienda de calidad" desvela Isabel.

El presidente de la Asociación de Vecinos se queja del abandono del Ayuntamiento a esta vecindad "tanto en materia de limpieza como en infraestructuras".