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Devoción franciscana a la Virgen

Devoción franciscana a la Virgen

Discípul@s, herman@s, misioner@s". Son las llamadas, al iniciar el curso pastoral, que nuestro Obispo Francisco Cases nos está haciendo estos días a los católicos de las tres islas de la Diócesis de Canarias, Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, en las fiestas de la patrona insular.

Hoy los majoreros caminamos a la Vega de Rio Palmas, convocados un año más a los pies de la Madre común, la Virgen de la Peña. La peregrinación a la Peña puede convertirse en una peregrinación a las fuentes de nuestra fe, a los orígenes de nuestra evangelización, que tuvo sus comienzos, justo hace unos 600 años, en aquellos parajes que guardan una historia entrañable.

Porque todo comenzó por el testimonio de vida de unas personas que, siguiendo el camino de Francisco de Asís, nos trajeron el Evangelio de Jesús de Nazaret, que "pasó por este mundo haciendo el bien, porque Dios estaba con Él" (Hechos de los Ap., 10, 38). En efecto, el convento franciscano de San Buenaventura de Betancuria fue fundado en 1416, una década después del primer asentamiento europeo establecido en el Atlántico, la villa de Betancuria.

Ese primer cenobio franciscano, formado por un reducido grupo de discípulos, hermanos y misioneros, que abrazaron el modo de vida de Francisco, el Poverello de Asís, fue el primer centro de evangelización de las Islas Canarias. Tuvo un carácter misionero. Desde él se hicieron persistentes intentos de llevar el Evangelio a todas las islas. Pisando hoy sus destartaladas e incomprensiblemente abandonadas ruinas, se siente aquello que dijo Yahvé a Moisés: "Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado" (Éxodo, 3, 5).

Cada vez más los historiadores nos desvelan, en sus recientes investigaciones, que seguramente las devociones antiguas a la Virgen del Pino en Gran Canaria y a la Virgen de Candelaria en Tenerife son fruto de la labor misionera de los frailes franciscanos del convento de Betancuria a lo largo de los años que precedieron a la conquista de dichas islas por los castellanos. Aquellas imágenes marianas que los conquistadores encontraron conviviendo con los canarios, en el pino de Teror o en la playa de Chimisay, eran reliquias y vestigios de esa actividad misionera de los franciscanos, cuyas dimensiones y alcance exacto desconocemos hasta el momento. Sabemos, en confirmación de dicho supuesto, que Fray Juan de Baeza, uno de los primeros franciscanos de Betancuria, solicitó al Papa el flete de un barco para unas expediciones misionales en las otras islas. Y seguro que lo siguieron intentando a lo largo del tiempo anterior a la conquista.

Además, ya sabíamos que los franciscanos mallorquines, inspirados en Raimundo Lulio, habían intentado traer el Evangelio a las islas de manera pacífica, muchos años antes de la conquista normanda, a finales del siglo XIV. Raimundo Lulio y también el propio Francisco de Asís habían mostrado en sus vidas que la trasmisión de la Buena Noticia a los no creyentes era una tarea a realizar desde el diálogo y la convivencia pacífica, lejos de todo afán conquistador o de rapiña. El Obispado misional de Telde es un testimonio de esa primerísima presencia franciscana en Canarias.

Fruto, precisamente, del celo misionero de los frailes franciscanos fue el inicio de la devoción de la isla a la Virgen de la Peña. Su bella imagen, tal vez la más antigua de las imágenes marianas veneradas en Canarias, había sido tallada en alabastro en el noroeste francés a finales del siglo XIV y traída por Jean de Bethencourt o por alguno de los normandos. Escondida por algunos devotos por miedo a las incursiones piráticas en años anteriores, fue hallada de manera portentosa por dos frailes franciscanos del convento de San Buenaventura. Se trata de San Diego de Alcalá y Fray Juan de Santorcaz, probablemente los frailes más notables que habitaron el cenobio. Fueron estos dos religiosos los que iniciaron la devoción a la Virgen de la Peña, que desde entonces siempre ha tenido una marcada impronta franciscana.Fueron también frailes franciscanos los que compusieron más tarde las coplas de la Virgen de la Peña, en las que se cantan las alabanzas de la Madre y se narran los prodigios de su aparición: "Quisiera, Señora, que el mundo supiera fuiste aparecida dentro de una peña, para que de todos fueras alabada. Vigen de la Peña, Reina y Soberana, dadme vuestro auxilio no se pierda mi alma".

Como fruto también del empeño misionero de los franciscanos tenemos su presencia en Ampuyenta, situada en un lugar estratégico de la isla, cruce de caminos y puerta de acceso al norte y al sur de la Maxorata. Ampuyenta empezó siendo una prolongación del convento de Betancuria, y allí todavía se conservan restos de las edificaciones de un mini-convento. Más tarde, aprovechando el florecimiento e impulso expansivo que experimentó el convento en el último tercio del siglo XVII, se edificó la ermita de San Pedro de Alcántara, construida bajo el patronazgo de una familia adinerada. La ermita, en la que se respira el espíritu franciscano, es considerada la "capilla sixtina majorera", por la riqueza pictórica de sus frescos y lienzos, dedicados en su mayoría al titular, San Pedro de Alcántara, otro de los santos franciscanos de renombre, reformador y amigo y confesor de Santa Teresa de Ávila.

Es curioso y llamativo que Fray Andrés Filomeno García Acosta, nuestro Fray Andresito (1800-1853), nace en Ampuyenta. De niño y de joven se impregna del espíritu franciscano y evangélico del convento y ermita. Emigra a Uruguay y entra como franciscano. Más tarde, en Chile vive una vida admirable en la Recoleta Franciscana de Santiago, como limosnero y amigo de los pobres. Compone y canta coplas a San Pedro de Alcántara y a la Virgen de la Peña, según el estilo que aprendió de los frailes majoreros. Hace curaciones con hierbas y prácticas de medicina popular aprendidas en el convento de Betancuria. Muere y su fama de santidad perdura hasta hoy en Santiago y ha cruzado el océano.

El Papa Francisco acaba de proclamar a Fray Andresito, el 8 de julio de 2016, como "Venerable". El majorero Fray Andrés fue discipulo, hermano, misionero.

Peregrinando a la Peña, María nos lleva, de la mano de Francisco de Asís, al Jesús de Evangelio, que es capaz de enamorar a personas cuya vida es transformada. Como le sucedió a aquellos primeros evangelizadores que se establecieron en el convento de Betancuria. Como le sucedió a Andrés García Acosta. Como podría seguir sucediendo a muchas personas hoy?

Francisco de Asís, inspirador de muchos de estos procesos, decía a sus hermanos frailes menores: "Proclamen el Evangelio en todo momento; y, si fuera necesario, utilicen las palabras". Es la propia vida la que debe hablar y convencer a otras personas de que el Evangelio puede aportar algo al mundo de hoy.

Ir a la Peña puede ser para muchas personas una llamada a vivir en comunidad, a volver a Jesús de Nazaret y a salir al compromiso con los pobres. Invitación a ser "discípul@s, herman@s, misioner@s". Ser Iglesia "en salida".

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