La imagen de la presa de La Sorrueda y su palmeral, que esconde uno de los pueblos más coquetos de la Isla, se ha convertido en una postal que cuelga de agencias de viajes y luce en folletos sobre Gran Canaria, pero a la vista de la abrumadora proporción de la nacionalidad de sus residentes, parece que para vivir gusta más al foráneo que al propio isleño.

El canario no quiere vivir aquí". Michael Kermmerling, de 45 años y que lleva nueve viviendo en La Sorrueda, en Santa Lucía de Tirajana, lanza la reflexión mientras le echa un ojo al oasis de palmeras que se ha convertido en uno de los iconos turísticos de Gran Canaria y en el que paradójicamente ya no residen canarios de forma permanente, con la honrosa excepción de un señor llamado Amado y su esposa.

Kermmerling nació en Lindau, entre Alemania y Austria, y cuando llegó a Gran Canaria se enamoró..., de la isla y de la hermana de Till Schulz, otro alemán hoy su cuñado y vecino.

Por la muy coqueta carretera de La Sorrueda y detrás de un quiebro aparece un armario ropero con forma de persona que maneja una carrucha de tierra y tosca. Se le pregunta por la sequía que sufre desde hace dos años la vertiente sur de la isla. En un canario profundo responde sobre el precio de la hora de agua, de 18 a 20 euros. Y explica que falta por darle macho a una acometida de la presa de Chira para acrecentar sus frutales y sus verduras, pero que lo principal es "que aquí se vive tranquilo". Ese isleño tapado era Till Schulz, el cuñado de Kermmerling, alemán de cuna pero canarión por devoción. Diez años lleva en La Sorrueda.

El espeso palmeral y lo manso que está el día abre el apetito. Una buena excusa para acometer una cabra en salsa o unas costillas, si las hubiera. Y las hay. En la siguiente curva aparece un restaurante. 'El alpendre', pone. "La Sorrueda es de puta madre", explica el señor que gobierna el establecimiento: Harald A. Fuchs, austriaco de 39 años y privado por vivir allí. Tanto que a pesar del acento desgrana palabras de la tierra con igual facilidad con la que compone sus potajes. Fuera, se oye una hormigonera. Kermmerling, albañil y carpintero, se ha puesto a mezclar: "Se están volviendo a arreglar las casas. A ver si vuelven los canarios".