El último señor feudal, protagonista de una vida de excesos en todos los sentidos posibles. Es Juan Fernández Ganza (Santander, 1933-Madrid, 1985), una mezcla entre Calígula y el Marqués de Sade, trastornado y fascinado por la figura de Carlos II de Austria, el Hechizado, que acabó sus días en el castillo de su propiedad, la fortaleza de La Coracera, en la localidad madrileña de San Martín de Valdeiglesias. "Una persona excéntrica y muy radical", tal como recuerda el investigador y escritor especializado en criminalística, Francisco Pérez Abellán, que se ha acercado en numerosas ocasiones a la figura de Fernández Ganza, a sus caprichos y modismos inclasificables, y a todo el halo de misterio y ocultismo que rodea los 12 años que pasó este santanderino en un castillo rebosante de historia. Era Fernández Ganza un hombre que se rodeó de animales, dos leones, un tigre y caballos, y de todas las mujeres que fue capaz de encandilar y engatusar, y de las que no tuvo reparo en aprovecharse, con episodios de maltrato de por medio, haciendo valer un singular derecho de pernada a la sombra del primer morador de esta edificación, Álvaro de Luna, que en 1434 compró el Señorío de Valdeiglesias a los frailes de un monasterio situado en Pelayos de la Presa. De Luna construyó esta residencia de caza. Con él empezó la leyenda negra. En 1453, murió decapitado en Valladolid.

Juan Fernández Ganza fue encontrado sin vida en los aposentos del castillo en octubre de 1985. Postrado en una cama que, al parecer y según contaba, había sido propiedad de Juana I de Castilla, Juana la loca, con un orificio de bala en la cabeza y un revólver en la mano. Se dictaminó el fallecimiento por suicidio, si bien la vida del personaje fue abrupta, compleja y violenta, y quienes conocían de sus andanzas, amigos, colaboradores e investigadores de lo oculto, no comparten las tesis de la policía y de una investigación que nunca lo fue. Pocos han asumido, 29 años después del suceso, el hecho de que el señor del castillo de La Coracera decidiera, por voluntad propia, acabar con este surrealista reinado.

Cordial e intimidatorio, voluble y casi bipolar por su errático e imprevisible comportamiento, dejó huella entre quienes tuvieron el placer y la desgracia de cruzarse en su camino, y ser partícipes de sus ceremonias de invocación de espíritus, festejos infinitos de sexo y alcohol en noches interminables. Ganza era de Santander y finiquitó su laberíntica y extravagante existencia en el castillo madrileño. La fortuna que amasó, unos 300 millones de pesetas a su muerte en 1985, tuvo mucho que ver con la etapa que pasó en Gran Canaria, donde se movió con una especial soltura en negocios inmobiliarios vinculados a la explotación hotelera en Playa del Inglés, y como regente de locales de alterne: una barra americana en la capital grancanaria, entre otro presumible patrimonio.

El testimonio de Francisco Pérez Abellán, del equipo de colaboradores del programa televisivo Cuarto Milenio, que en 2007 realizó varios especiales sobre este polémico personaje y el castillo que fue su morada, así como el relato de diversos empresarios del ocio nocturno y del negocio inmobiliario y turístico en Gran Canaria, junto a un ejercicio de búsqueda en hemerotecas, han sido determinantes para trazar el perfil de Juan Fernández Ganza, su paso por Canarias, y cómo se hizo con la propiedad del castillo que sería su gozo y tumba.

Fernández Ganza nació en Santander en 1933. A los 14 años quedaría huérfano de padre y madre, un hecho que marcaría la adolescencia, la personalidad y el rumbo que tomaría su fantasmagórica vida. "Es un misterio por resolver", se apresura a apuntar Francisco Pérez Abellán. En lo que coinciden las distintas fuentes consultadas, es que tras desmembrarse la unidad familiar y tiempo después, Fernández Ganza se hizo mercenario de la Legión Francesa y encaminó sus pasos hacia el continente africano como soldado cuyo cuchillo se ponía al servicio de los múltiples conflictos en la región.

Cómo llegó a Canarias este hombre de complexión fuerte, alto y con pobladas patillas y bigote a juego que le acompañaron hasta la tumba, es un interrogante en el que pocos se atreven a terciar, y menos a aventurar qué lo trajo a la Isla. Lo que está contrastado es que en marzo de 1967, este hombre ya tenía en mente que Gran Canaria se prestaba al negocio y a las pretensiones de su bolsillo.

El nombre de Juan Fernández Ganza emergía en el tránsito hacia la década de los 70. Un módulo publicitario en El Eco de Canarias, queda como tarjeta de presentación ante la sociedad isleña, en el que se ofrecía como oportunidad inmobiliaria la venta de dos solares de casi 800 metros cuadrados en Playa del Inglés. Manejaba idiomas con soltura y de acuerdo a las múltiples investigaciones sobre este personaje, todo un caramelo para la crónica de sucesos, lo oculto y paranormal, trabó relaciones con turistas alemanes sobre los que se comenzaba a cimentar el flujo turístico centroeuropeo hacia las Islas. Se desconoce, si aparte de aquellas parcelas situadas donde el barranco sureño perdía el nombre, Fernández Ganza poesía más terrenos en Gran Canaria u otras islas. Ni los pioneros en el turismo sureño se acuerdan de él. De cualquier manera, vendió bungalows a clientes alemanes, y tras su muerte se supo igualmente que una quincena de ellos seguían siendo de su propiedad.

A esto, se une los negocios que regentaba en la capital grancanaria, en concreto una barra americana en la calle Secretario Artiles nº 76, el Master Horse. Un nombre que por coincidencia o por lo que fuera, remite directamente al protagonista sin duda alguna. Como criatura de la noche y de las mujeres que la habitan, y del dinero, dos de las pasiones del santanderino, la Isla se antojaba inmejorable para establecerse tras su periplo africano. "Es perfecto, y no me extraña nada porque en aquellos años, Canarias era por muchas razones, entre ellas el turismo, un lugar de expansión para sus negocios", subraya Francisco Pérez Abellán.

El experto criminólogo y escritor tiene constancia de que el "afán de grandeza" de Fernández Ganza llegó a tal extremo que planeó construir un castillo en Gran Canaria, proyecto que no se llevó a efecto, toda vez que posteriormente se haría con la propiedad de la fortaleza medieval de San Martín de Valdeiglesias. Nada es casual en este relato, ya que según razona Francisco Pérez Abellán, "los castillos eran fruto de su megalomanía, y el de Madrid lo convirtió en señor feudal y realmente, era un sitio de película".

La relación de Fernández Ganza con la barra americana citada anteriormente, Master Horse, hace que entren en juego otros dos personajes: una mujer de nacionalidad filipina y de nombre Elsa Pahit Ballesca, de 29 años de edad; y un niño, de dos años llamado Juanito. Panit y Ganza fueron pareja cuando ella llegó a Gran Canaria junto a "varias compañeras filipinas, componentes de un ballet oriental", tal como relataba la chica a Diario de Las Palmas, en su edición del 12 de noviembre de 1985.

El heredero

El 25 de octubre de aquel año había sido encontrado el cuerpo sin vida de Fernández Ganza. De la noche a la mañana, Elsa Pahit descubrió, porque así se lo contaron sus amigas en la Isla, que Juan, el autoproclamado marqués, había dejado una herencia de 300 millones de pesetas, y que el joven Juanito era el virtual heredero. De la relación con Ganza dijo entonces Elsa Pahit que era "el único español y primer hombre en mi vida del cual me he enamorado", tal como reconocía a Diario de Las Palmas. La muchacha, que había conocido años atrás a Fernández Ganza en una sala propiedad de éste, había convivido unos cuatro años en el castillo, y fue allí precisamente donde se concibió el niño.

Según su testimonio, abandonó al amante y regreso a la Isla, poniendo mar de por medio a una relación violenta que no quiso seguir aguantando por más tiempo. Al conocer la trágica muerte del ahora millonario, también supo que el juzgado de Navalcarnero reclamaba a la madre del pequeño, ahora heredero. Con anterioridad a todo esto, y mientras Ganza dejaba al niño al cuidado de una de sus amantes, siempre según el testimonio de Elsa Pahit, el santanderino se puso en contacto con ella para reconocer la paternidad. Así fue, pero si Ganza fue tierno como amante y verdugo sin piedad bajo los efectos del alcohol con su pareja, también sería cruel con el niño. El pequeño Juan fue trasladado a un centro de menores en Madrid, mientras la madre regresaba a la Isla, nuevamente embarazada de Ganza. Pese a la embriaguez cíclica de su pareja, las ínfulas de noble sin título, la vida tenebrosa y peligrosa y los malos tratos que adornaron la leyenda del santanderino, ella siempre lo quiso. Los allegados tenían a la filipina como la mujer que más tiempo estuvo junto a él, y tal vez la persona que mantenía en reposo el reverso oscuro y malévolo que lo hizo tremendamente popular.

"A mí no me interesa el dinero, sólo pretendo que me den al niño que yo di a luz, y que me faciliten el billete para volver a Filipinas". Estas eras las últimas declaraciones que se conocen de Elsa Pahit tras revelar a Diario de Las Palmas el segundo embarazo, días después de presentarse ante el juzgado.

Al parecer, la bailarina trabajaba en Master Horse, un local cuya entrada está presidida por una cabeza de caballo en un dorado que simula oro, y que en la actualidad permanece cerrado con una verja que impide el paso. La cabeza de caballo -una pieza que se sitúa en el imaginario de Fernández Ganza, que llegó a tener par de ejemplares en el castillo, uno de ellos de nombre Coñac, el licor con el que se excedía- así como la decoración de este local es obra del artista Joserromán Mora. Recuerda Mora que el trabajo lo realizó hacia finales de la década de los años 70 por encargo del empresario Ramón Fiuza, propietario de la sala por aquel entonces. No conoció a Fernández Ganza, pero aquel local, "un pub muy elegante", según sus propias palabras, traspasó el negocio a "un personaje muy extraño que había venido de África y que hablaba francés", descripción que lleva al rastro del santanderino.

Del Master Horse poco más que ilustre esta historia, y menos aún de Fernández Ganza. Clientes de aquel pub recuerdan a otro tipo, de nombre Armando, quizás socio del santanderino. En junio de 1981, un anuncio en LA PROVINCIA daba cuenta del cambio de nombre del local por el de Marcha Fresca, con el empresario Tomy Roca al frente y una propuesta de cambio de imagen y clientela. Roca solo estuvo un par de semanas, y abandonó la empresa porque no vio futuro.

Mientras, y en el Castillo de la Coracera, Ganza se armaba como caballero en su ficticia reencarnación, sorteando los demonios que según repetía lo tenían hechizado, al igual que Carlos II, el ídolo al que veneraba cuyo espíritu, según la infatigable verborrea de la que hacía gala, le rondaba, y se había apoderado de su cuerpo.