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Agaete y Las Palmas, una rama por la vida

El barrio de Los Arenales acogía en 1908 festejos en honor la Virgen de Las Nieves, por a la presencia de la colonia agaetense afincada en la capital

Imagen histórica de la actual calle León y Castillo, a la altura de la Comandancia de Marina y la plaza de la Feria. LP / DLP

Indagando sobre el devenir de las fiestas en honor a la Virgen de las Nieves y su Rama en Agaete - mi pueblo-, con el propósito de dedicarle el reportaje que a mayor honra y gloria le dedico cada año al pueblo y a su gente -la mía-, me encuentro con una nota de prensa que si bien va dedicada a una comisión de fiestas de las Nieves, erraría si pensara a bote pronto, por la documentación encontrada posteriormente, que sus destinatarios fuesen algunas de las comisiones donde actualmente se celebran fiestas de la Virgen bajo la advocación de las Nieves, como es el caso de El Palmar en Teror, Marzagán en Las Palmas de Gran Canaria o el mismo Agaete - y no les diré Lomo Magullo en Telde porque en 1908, año de la noticia, aún no se celebraban dichas fiestas en el lugar-.

"Digno de todo aplauso es el entusiasmo de la comisión de festejos de las Nieves, que al fin verá coronados sus esfuerzos por el más lisonjero de los éxitos, éxito que auguramos en vista del programa que a continuación publicamos".

Con este comentario se hacía eco en la prensa el ambiente que se vivía en el barrio de Los Arenales en Las Palmas de Gran Canaria, donde la colonia agaetense afincada en la capital se disponía a celebrar las fiestas que había dejado atrás en su proceso migratorio, adaptando aquel modelo de fiesta rural a la urbe y cuyos epicentros fueron la ermita de San Bernardo (San Telmo) para los actos religiosos y el Paseo de Venegas y la Plaza del Ingeniero León y Castillo ( Plaza de la Feria) para los actos cívicos, por lo que las fiestas capitalinas de la Virgen de las Nieves se celebraron tanto fuera como dentro de La Portada.

Aquel dato periodístico de 1908 me retrotrajo hasta el año 1890 -por acotar fechas y paralelismos- en lo que a las festividades de las Nieves de Agaete y de Las Palmas de Gran Canaria se refiere, siendo las celebraciones agaetenses entre los días 3 y 6 y las palmenses entre el 9 y el 10 -ambas en agosto-, porque la colonia agaetense afincada en la capital no quería perderse ninguna de las dos celebraciones, que menudos eran y somos para fiestas.

El día 3 de agosto de 1890 Agaete se despertaba gozoso al son del repique de campanas, el lanzamiento de cohetes -el término volador aún no se había incorporado al lenguaje institucional- y el ruido de las salvas de artillería, para ir en comitiva al encuentro de los romeros y proceder a la Bajada de la Rama, que en aquel tiempo se hacía a las ocho de la mañana, en una época en la que aún no se habían incorporado a los programas la Diana y la Retreta, abriendo la marcha cuatro jinetes vestidos a la antigua usanza española, que precedían a una elegante carroza seguida de la música y gigantones -que así se denominaban a los papagüevos actuales-, cerrando la comitiva el ayuntamiento y los romeros.

El día 5, una vez celebrada la función religiosa en la ermita de las Nieves, salía la procesión en dirección al casco urbano pero no se quemaba traca alguna a su llegada, ni la Virgen pernoctaba en la iglesia de la Concepción hasta el día 17 de agosto como lo hace actualmente, sino que al siguiente día por la tarde, después de la función religiosa y el reparto de premios a los niños de las escuelas -que lo de alumnado aplicado en Agaete viene de viejo-, la Virgen retornaba al Puerto de las Nieves donde se celebraban regatas de botes y baile por la noche, recordando la prensa del momento al personal que se desplazaba, sobre todo desde las Palmas de Gran Canaria, que en Agaete había dos fondas donde se daba esmerado servicio.

Por su parte la colonia agaetense de los Arenales organizaba la bajada de La Rama "por las calles de costumbre", lo que indica que la celebración viene de antes de 1890, presidiendo la comitiva gigantones y caballos. Y si los actos religiosos se celebraron en la parroquia de San Telmo, los actos lúdicos se desarrollaron en el Paseo de Venegas, iluminado para la ocasión y animado por grupos musicales donde no podían faltar los bonitos fuegos artificiales, según se decía en aquella época.

Para entonces Las Palmas capital marcaba tendencias sobre el resto de la Isla y mientras las tiendas de ultramarinos de la calle de los Malteses, anunciaban en prensa y con toda clase de detalles, la venta de queso de bola y de plato entero y por libras, azúcar del país y extranjera, arroz inglés y del Piamonte, cerveza inglesa del Fraile y alemana de la bandera española, junto con el ron de Jamaica, chartreuse, coñac y ginebra -que vinagres siempre los hubo-, las tiendas de tejidos y mercerías anunciaban satines, zaraza -que también era un tejido-, piqués de colores y telas para forrar zapatos dorados, negros y de charol, cinturones y magníficos cortes de pantalones y chalecos; víveres, tejidos y complementos que aquellos agaetenses capitalinos aportaban y lucían para sus fiestas de las Nieves de Agaete, donde siempre estuvo mal visto llegar a las casas con las manos vacías.

Y las fiestas de las Nieves agaetenses y palmenses continuaron celebrándose cada vez con más brillantez, corriendo a cargo de la municipalidad las primeras y las segundas a expensas del entusiasmo de una comisión de fiestas que no vacilaba ni un momento en dirigirse a la prensa de la que eran suscritores para que les publicaran el programa de festejos, como así sucedió en el año 1891, quedando complacidos 'los suscritores peticionarios' al ver como los lectores participaban aquel día 8 de agosto en el pasacalles de gigantones por el Paseo de Venegas y en la bajada de La Rama capitalina, y de cómo disfrutaban de los fuegos artificiales nocturnos acompañados de música e iluminación en las inmediaciones de la ermita de San Telmo, donde quedaba expuesta la imagen de Nuestra Señora de las Nieves para al día siguiente continuar con el tronar de los cañones, las carreras de borricos, cuyo premio se adjudicaba al último burro en llegar a la meta -de Agaete tenían que ser-, sumándose los juegos de la sartén, del gallo y de las cintas y quedando para el fin de fiestas la rifa de ' hermosas prendas de oro'.

Me preguntará el lector dónde fue a parar aquella imagen -cuadro o escultura- de la Virgen de las Nieves de los Arenales, a lo que le responderé que de momento no lo sé, puesto que en los libros de fábrica de la parroquia de San Bernardo (San Telmo) no hay rastro de ningún tipo, por lo que daré por válida la teoría -a no ser que alguien encuentre la imagen- de que fuera propiedad de la asociación o de algún particular de la colonia agaetense, que la prestara para las fiestas y que una vez acabadas las mismas se la llevara de nuevo a su casa, máxime cuando en Agaete existen dos precedentes similares: el primero más antiguo y más conocido es el de la Dolorosa de la parroquia de la Concepción del casco urbano, propiedad de la familia Armas, que al marcharse a vivir a la ciudad entregaron a la iglesia; y el segundo el referido a la actual Virgen de las Angustias, de la capilla de los Manrique de Lara en su casa de la finca de Las Longueras, que en muchas ocasiones formó parte del calvario del Jueves Santo, devolviéndola a sus dueños una vez acabado el culto.

Sin embargo, el dato de la implicación de la parroquia de San Bernardo en la celebración de las fiestas capitalinas en honor a la Virgen de las Nieves, no sólo consta en la presa del momento sino en un documento encontrado en el Archivo Diocesano, firmado y fechado el 10 de agosto de 1908 -año de mi primer hallazgo periodístico en relación con estas fiestas-, en el que el cura párroco, don Pedro Lorenzo, comunica al obispado la celebración de la procesión el domingo 10 de agosto, siendo el recorrido de la misma por las calles de Triana, León y Castillo (dando vuelta a la Plaza del Ingeniero León y Castillo) hasta la esquina con la calle Carvajal, desde donde regresaba por la expresada calle de León y Castillo hasta el templo parroquial.

Mientras esto sucedía en los Arenales, el Agaete de 1892 le había dado un vuelco a las fiestas de las Nieves -, porque a pueblo parejera y novelero no hay quien nos gane-, apareciendo por primera vez en el programa de fiestas la Retreta el día 3 de agosto por la noche, que recorrió las calles en medio de los acordes de la música con multitud de banderolas, cohetes y vistosas farolas, Retreta que permanecería en la Calle Honda hasta que los romeros emprendían su marcha a buscar la tradicional rama a Tamadaba.

Llegado el día 4 entre las ocho y nueve de la mañana, se organizaba la Bajada de la Rama cuya comitiva presidía el Ayuntamiento entre repique de campanas, cohetes, banderas, música, enanos y gigantones, quedando para las doce del mediodía la subida de la bandera en las Casas Consistoriales. De la misma manera se refleja en el programa de ese mismo año, 1892, el encuentro del día 5 entre San José y la Virgen de las Nieves tal cual lo vivimos actualmente.

En 1894, cinco años después de acabado el que actualmente conocemos como Muelle Viejo, el tráfico marítimo con Las Palmas capital y con la isla de Tenerife se había intensificado de tal manera, que se convirtió en un revulsivo económico para Agaete, donde los emprendedores de aquel tiempo instalaban sus almacenes y factorías, unos en relación con la agricultura de exportación y otros en torno a la pesca de la sardina y el atún, como fue el caso de Joseph Henry Jacquety, un francés que vio la oportunidad de montar una factoría de salazón y conservas de pescado cuando el interés ecológico por el mar y la pesca aconsejaban desterrar el chinchorro.

Tal fue el interés estratégico que cobró Agaete y su puerto, que en abril de 1894 se recibió la visita del General Alaminos, y en vísperas de las fiestas la del Capitán General Marqués de Ahumada, quedando patente en la crónica de ambas que las salvas que sonaron en honor a los dos personajes, procedían de unos cañones adquiridos por los vecinos de Agaete para los festejos anuales en honor de la Virgen, cañones que instalados en las inmediaciones de La Cruz que está en la zona conocida como Las Peñas, mi generación conoció de joven, pues centraban la atención del pueblo en las horas del rezo del Ave María y del Ángelus, desde el día 25 de julio con la subida de la bandera de las Fiestas, hasta el 17 de agosto día de la Bajada, no sólo por los cañonazos sino porque su carga de papeles mojados invadían el centro del pueblo a poco viento que hubiere, que lo había.

Si bien la visita de personalidades como estas no pasaban desapercibidas por parte de la población, Agaete ya había recibido otras importantes con anterioridad -también en vísperas de las fiestas-, como fue la de don Fernando León y Castillo en 1887 siendo Ministro de Gobernación, con motivo de la inauguración de la carretera entre Agaete y Las Palmas capital, y a quien también se le debía el Muelle y la Iglesia de la Concepción, datos que recoge de forma exhaustiva la crónica de las fiestas de aquel año, encontrándose el señor ministro con un pueblo donde hasta las familias más humildes habían blanqueado las paredes de sus casas, pintado las puertas y hecha la limpieza general por aquello de 'pobres pero asiaos'- por aseados-, a la vez que se hacía la matazón de reses y el pan de las fiestas que pareciera -no sin sorna por parte del cronista- 'que la pobreza y la miseria, no halla aquí asilo en que alojarse'.

Ya entonces la crónica describía el componente religioso y profano de las fiestas de la Virgen de las Nieves -como todos los festejos populares-, en las que destacaba la decoración de las calles con mástiles engalanados con ramas simulando la arboleda de la futura plaza en proyecto, los cuales servían de punto de apoyo para colgar los gallardetes y banderas de varios colores, que miren ustedes por donde nunca llegaron a desaparecer en el tiempo, sino que por el contrario, recordamos de chiquillos al entusiasta Don José de Armas Merino y a Don Santiago Ubierna, el padre de mi amigo César Ubierna, pintando aquellos óvalos cuyos paisajes y toponimia representaban a cada uno de los pagos del municipio y que junto con las banderas adornaban aquellos mástiles en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado. Una acción que mi generación volvió a retomar en la década de los 80 de la mano de Pedro Armas, del malogrado Cristóbal Bermúdez y de Carlitos el extranjero, que para integrar a los de fuera siempre ha sido Agaete muy apañado.

Por supuesto que La Rama ya tenía el mismo esquema que en la actualidad, y su esencia primitiva llegó hasta los años cincuenta del siglo pasado, donde aún las bocinas de caracol convocaban por todo el pueblo a la gente que subía a Tamadaba en busca de La Rama y que se juntaban en la confluencia de las calles Guayarmina con San Germán, lugar que aún se mantiene como punto de recibimiento de los romeros y romeras que continúan subiendo al pinar y donde el gentío que les recibe también coge las ramas traídas de Tamadaba para la ocasión, acabando tanto antes como ahora, a los pies de la Virgen de las Nieves en su ermita, no sin antes remojarlas en el mar.

Llegado el día 5, los barcos fondeados en el puerto disparaban sus cañones a la salida de la procesión, que a hombros de los marineros conducían a la Virgen de las Nieves hasta el casco urbano, donde en ese año de 1887, entraría por vez primera en el nuevo templo para regresar a la ermita al día siguiente. Trece años habían pasado de aquel incendio que la noche del domingo 28 de junio de 1874 convirtió en escombros el antiguo templo, recomendándose desde la prensa al señor juez de primera instancia de Guía, que averiguara los motivos del mismo pues daba lugar a terribles sospechas.

Retomando los lazos de unión que vinculaban Agaete con Las Palmas de Gran Canaria, fue 1894 un año fructífero para la gente de la villa -vivieran en el pueblo o en la capital- viendo los primeros cumplida la promesa electoral del telégrafo, que a los tres meses de anunciarse ya se habían hecho los estudios y órdenes de construcción, quedando inaugurado en 1898.

Y los segundos, observando como con todo un lujo de detalles la prensa, bajo el titular "¡Mucho cuidado!", recomendaba a todas las personas de buen gusto, el magnífico pan que se elaboraba en la panadería de la localidad, establecida en el Risco de San Nicolás, por su blancura, buen gusto y aseo, al módico precio de 20 céntimos de peseta la libra. "¡Probad y veréis!", que así concluía el reclamo publicitario. Agaete y su gente se estaban posicionando.

Pero no todo fue jolgorio para los Medina, Palmeses, Álamos, Santana, Martín, Perdomos, González y Garcías, apellidos agaetenses impulsores de la comisión de fiestas de la Virgen en la ciudad, a quienes dejó muy apenados la muerte prematura del gran entusiasta que fuera don Jerónimo Carvajal y Palmés; como tampoco pudieron eludir los vecinos la pena al ver como quedaron arrasados sus cultivos y destrozado medio pueblo como consecuencia del gran temporal de 1896, que se llevó por delante más de doscientos metros de carretera y el Puente Viejo, que aún da nombre al lugar donde estuvo ubicado, y cuya reposición saldría a subasta en 1897 para regocijo de la gente de Agaete -los del pueblo y los influyentes de la capital-, por aquello de que al perdío todo le conviene.

Y como para Agaete y su gente no hay llanto sin risa ni pena sin alegría, no había nada como un buche de café del bueno - del de Agaete, claro - para mitigar el desánimo y coger fuerzas, que para ello se encargaba don Antonio de Armas Jiménez de cultivarlo e insistir ante la directiva de la Real Sociedad Económica del Amigos del País para promocionarlo en exposiciones como la Exposición Universal de Filadelfia, entre otras, mientras las fiestas en honor de la Virgen de las Nieves, las Capitalinas y las de la Villa, porque del sello agaetense gozaban las dos, llegaron y rebasaron el siglo con sus correspondientes Ramas, como les seguiré contando, no sin antes reivindicar la recuperación de la Retreta -que cumple 123 años- con sus farolas, banderolas, bandas de música y bengalas de colores que aún estamos a tiempo.

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