La Provincia - Diario de Las Palmas

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Por si hace calor Moya

Los hombres anfibios de El Altillo

Los antiguos trabajadores del Norte no tenían otra que levantar sus casas sobre el marisco

Iván Navarro, hijo de Juan y Julia y prácticamente "nacido en la piscina".

Hace poco más de cinco siglos se armó una de mar y morena en un punto por concretar pero en cualquier caso cerca de El Altillo, en Moya. Lo cuenta el cronista fray Juan de Abréu Galindo, a cuenta de unos indígenas que estaban hasta el moño de las continuas incursiones de europeos en la costa de Lairaga procedentes de Lanzarote y Fuerteventura.

Hasta que en una de esas amarraron gaviotas en los techos de sus casas para que los cristianos, viendo esos pájaros quietos, pensaran que no había gente, "por lo que desembarcaron para entrar por el pueblo derramados sin orden. Los canarios, que los estaban vigilando escondidos, cayeron sobre ellos con grandes alaridos y silbos, prendiendo a algunos y huyendo los restantes".

Con el tiempo no hubo suficientes gaviotas para contener la Conquista y los estrechos llanos que daban a la costa del norte fueron convertidos en capellanías y fincas de frutas y cereales. Los colonos bajaron de las tierras altas con el sacho a trabajar en las explotaciones y no tuvieron otra que levantar sus casas sobre los callaos para no ocupar el estrecho suelo cultivable.

Por ese motivo luce, a lo largo de la línea litoral, la frontera que marca el mar de tierra en forma de bloque de a 15. Aquellos campesinos se convirtieron a la fuerza en personas anfibias, en capitanes del cuarto de estar en el castillo de popa por el que entra el salitre dejándolo todo rumbiento. Y en días de mar de leva los edificios navegan rompiendo el agua con los frontis, y las alcobas vibran. "Cualquier día nos veremos navegando con la cama en aquel horizonte", rezongaba Carmelo Jiménez en los peores temporales del Pino en el vecino pueblo de San Andrés.

Lo que es de extrañar es que con el paso de los siglos a los naturales criollos de este marisco no les salieran agallas donde las orejas, como a Kevin Costner le pasó en Waterworld. Iván Navarro, sin ir más lejos, casi nace en la mismísima piscina. Allí está con su madre, doña Julia, en la pileta natural levantada por los vecinos de El Altillo hace poco más o menos un medio siglo.

Asegura la señora que estando donde está sintió que se "me desplomó algo aquí", ilustra señalando por donde viene a caer el pomo, y que poco después nació Iván. Y por tanto, este hombre tiene el charco y El Altillo en general conectado por un cordón umbilical a través del que conoce sus vientos, mareas, toscas, peñas, fondos y fauna en general.

Mientras los chiquillos de Moya se bañan en plena lavadora de espumas Navarro indica los hitos que forman los bajíos y los accidentes geológicos formados por los caprichos de un volcán. Como el tenique Carraqueño, que "está enfrente de la piscina"; el Hoyo Grande donde quedan atrapadas las viejas engoadas al olor del erizo escachado; y más allá la Piedra de Los Sargos y la Piedra Viva.

La propia piscina en sí, a la que se accede por una rampa que hay que bajar al tiento para evitar un taponazo contra la coxis, dibuja un gran trasmallo cuando los mares altos, dejando en la bajamar una pecera de jureles, cabosos, gueldes, seifías y alguna manta raya, según aporta Navarro, subrayando lo de la "manta raya" para darle el debido exotismo al fenómeno. Y luego están los pulpos, que a partir de estas fechas, que es cuando se produce la milagrosa transformación del callao en arena, salen al oreo por el tupimiento de sus comederos y escondites.

No acaba aquí la novelería porque por poniente y por naciente se encuentran "las mejores olas de surf de Canarias", y por tanto las mejores de buena parte del mundo conocido. El muro de El Altillo es una exposición de tablas de un personal que se tira a El Picacho, "de derechas y que sale con el alisio del verano", aclara Iván; en Boquines, de invierno y también derecha; o en El Alto y Trinidad.

Ah, y en estas que aparece una gaviota, quizá hijatataranieta de aquellas gaviotas que amarradas a los techos engañaron a los cristianos prendiendo a algunos de ellos "y huyendo los restantes..."

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