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Dentro verano Montaña Arena, San Bartolomé de Tirajana

Nacido del tomate

Treinta y cinco familias viven en el casi oculto pueblo de Montaña Arena con vistas excepcionales al mar y en medio de la nada

Nacido del tomate

Existe en una loma entre Meloneras y El Pajar que guarda un pueblo evolucionado de las antiguas cuarterías que servía de cobijo y descanso a los aparceros del tomate de la familia Bonny. Allí, durante décadas, personas llegadas de Gáldar, de San Mateo, de Tenteniguada, en Valsequillo, y Mogán ponían la mano de obra para cultivar lo que hoy es un desierto alicatado, de costa a medianías, de acequias desvencijadas y restos de bancales que delatan un trabajo faraónico del quedan los restos fosilizados por el abandono.

Cuando ese mundo amarillo antiguamente se floreaba del tomate se convertía en un paisaje verde de hoja y rojo tomate, amueblado por los socos que protegían los matillos del viento, las cañas de enlatar la planta, las chozas donde guardaban a los niños trancadas con candados, "para que no nos lo robaran cuando trabajábamos", y tras la zafra de abril y mayo, de cucañas formadas por esas mismas cañas entongadas en vertical formando una suerte de tipi indio americano. Era tanto el puro trabajo que se amamantaba a los niños de pecho en el tajo.

Ya no hay tomate que plantar. Y el único meneo aparente en aquél trozo de Marte se encuentra abajo, en la playa de Montaña Arena, donde campan y remojan decenas de bañistas sin reparar que más arriba, en la antiguamente llamada Cuesta La Arena, está el pueblo favorito de 35 familias.

Es pasado mediodía y el sol cae recto directo. El bar, del que se recuerdan unos tollos tres estrellas Michelín, y construido por los propios vecinos tras la pega en la finca, no abrirá hasta las ocho y media. El colegio hace años que está cerrado. En la plaza, nadie, tan sólo una aguililla ratonera sobrevolando un cielo que comparte con los satélites que monitoriza la estación de seguimiento espacial que se encuentra en la loma siguiente.

Hasta que asoma Nayara Santana, para preguntar si puede ayudar en algo. Y vaya si aporta. Nayara en un principio parece que está en su casa. Pero no. Ese pasillo es la calle de arriba, o también conocida como calle de Juanita, en realidad un corredor que agrupa en una misma línea a una decena de casas, cada ella con número propio. Aquí una nevera, allí una mesas y sillas. En la siguiente un maceterío de helechas con un cenicero comunal, y así sucesivamente.

Nayara usa la voz como timbre y va sacando a Noelia Ortega, de 39 años, que llegó allí con uno, a Lidia Rodríguez, a Elvira Mariano y su hermana Antonia, a todos los efectos la alcaldesa pedánea, y a "Nuria Suárez Déniz, dispuesta para jugar al tenis", y que con su rima y desparpajo arranca la parranda del día.

La conversa, auténtica golosina, también es comunal. Entre las cinco dibujan el perfil de aquél oasis de sombra en el que de pequeñas, cuando la luz era a motor y la plaza era un terreno, jugaban a los a los policacos, versión policial de las cogidas de toda la vida, se iban a la playa caminando, saltaban al elástico y a churro, se volaban cometas con hilo carreto, o se afanaban con el tapollo, prehistórico béisbol que se jugaba dándole con un palo dentro de un círculo de piedras a un bote lanzado de Soanil. "Y a montar guerras de tomates".

En principio Montaña Arena, de tres calles, no tiene mayor nomenclatura, "esto se llama Montaña Arena y a correr", dice Antonia, pero a la hora de ir a un domicilio resulta que estos pueden estar ubicados en la ya citada calle de Juanita, en la de Carmela, y en la calle de la propia Antonia. Si bien la de Carmela también es conocida como la calle de Enmedio.

No son vías al uso. Ahí se jugaba a la lotería y hoy sirven de tertulia, de patio de recreo para los enanos -uno de ellos acaba de darse un trastazo sin que se aprecie un pujido-, y de vez cuando para echarse unas cervezas con millos, como apunta Nuria. Pero eso es tras la siesta que se inicia cuando el cuerpo comienza a combustionar el conduto. Ahí se convierte en "el pueblo callado", que se reinicia a partir de las cinco o seis y media de la tarde, desde que los chiquillos empiezan a desperezarse y dan por finalizada la siesta popular.

Una siesta de la que no se ha levantado Santa Rita, patrona del lugar y cuya imagen fue donada por Anita Ramírez, desde hace tres años. Los mismos que llevan sin hacerle una fiesta, porque ya ni el cura de Arguineguín va.

- Pero si hay misioneros que van a dar misa al mismísimo Congo.

-"Pues ya ve usted, y eso que el anterior era negro precisamente".

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