Las mañanas son tranquilas en la parroquia de la Sagrada Familia de Las Palmas de Gran Canaria. Las misas se celebran por la tarde en este templo del barrio de Las Alcaravaneras, así que a eso de las 11 el único trasiego es el del sacristán y el párroco mientras organizan los preparativos para la Semana Santa. A sus 72 años, Jesús Marqués Martín-Cerezo lleva cuatro al frente de una feligresía que en su mayor parte desconoce su conexión familiar con un personaje de la historia española que volvió a la actualidad hace unos meses con el estreno de la película 1898. Los últimos de Filipinas.

Su segundo apellido le delata: es el mismo que el de aquel teniente que lideró uno de los episodios más recordados de la guerra que libró España a finales del siglo XIX para tratar de retener los últimos jirones de su imperio, porque la madre del padre Marqués, Amelia, era la más pequeña de las hijas de Saturnino Martín-Cerezo, el militar interpretado por Luis Tosar en la película rodada el año pasado en Santa Lucía de Tirajana. Con discreción pero con orgullo, este cura que durante más de dos décadas estuvo al frente del templo ecuménico de Maspalomas recuerda cariñosamente la figura de su abuelo, quien antes de embarcarse rumbo a Asia "estuvo casado en primeras nupcias, pero su mujer y su hija fallecieron durante el parto, por lo que no había dejado nada en España y decidió poner tierra de por medio y marcharse a Filipinas". Martín-Cerezo llegó allí como segundo teniente, aunque acabó al mando del regimiento tras el fallecimiento durante el asedio del capitán De Las Morenas como consecuencia del beriberi.

El caso del capitán no fue único: el sitio de Baler fue una experiencia terrible para sus protagonistas, como bien recuerda la película. Las enfermedades y el hambre hicieron mella entre los soldados, que no dudaban en llevar a la cazuela cualquier animal con el que se toparan, como ocurrió con el perro de De Las Morenas una vez éste falleció.

Los tagalos ya les habían avisado de que España había aceptado la independencia de Cuba y la cesión a EE UU de Filipinas a través de los acuerdos de París de finales de 1898, pero Martín-Cerezo no se fiaba de que les estuvieran contando la verdad. Tras meses en los que "ya no pegaban ni tiros y sólo se aburrían", en manos del militar cayó un ejemplar del diario El Imparcial "en el cual hablaban de un íntimo amigo suyo que había estado en Cuba y que ya había regresado a Málaga". Sólo cuando leyó esa noticia asumió que la guerra había terminado y que no tenía más sentido permanecer allí.

El abuelo Saturnino falleció el 2 de diciembre de 1945, cuando él tenía poco más de un año. El diario Abc publicaba cinco días después la esquela del general -tras el retorno de Filipinas y las condecoraciones, Martín-Cerezo pudo continuar ascendiendo en el escalafón militar- indicando que fue jefe del destacamento de Baler y listando algunas de las condecoraciones que recibió. Escasos son los recuerdos que le quedan al nieto aunque aun hoy, más de siete décadas después, su memoria se esfuerza por dar forma a situaciones en las que el abuelo Saturnino pudo haber estado presente. "Tengo la sensación de haber estado con mi primo sentados al lado el uno del otro en la mesa de su despacho, una parecidísima a la que se ve en la película, para hacernos una foto", rememora.

La figura del abuelo fue fundamental para los miembros de la familia Martín-Cerezo, que pudieron disfrutar durante muchos años de espacios como la casa solariega ubicada en el barrio de Arturo Soria, entonces a las afueras de Madrid, en la que el militar trataba de sentirse cercano a la tierra extremeña que le había visto nacer. "Al ser de Miajadas, tierra de higos, tenía un montón de higueras, pero también había granados, moreras donde nos subíamos...", enumera Marqués. Era el lugar donde se pasaban las vacaciones y donde los pequeños como él aprendían a montar en bicicleta, un sitio de reunión que la familia mantuvo en propiedad mientras fue posible. En general, destaca el párroco, "él siempre trató de vivir de la naturaleza: en Madrid, al lado del parque del Oeste del Retiro, pero sobre todo en Arturo Soria".

Lo que sí está grabado a fuego en su memoria es el estreno en el cine Gran Vía de la primera película que narró las hazañas de los últimos de Filipinas, un film de 1945 protagonizado entre otros por Fernando Rey y Tony Leblanc en el que se hacía una revisión -adaptada a las doctrinas políticas de aquel momento- de la situación por la que pasaron las tropas de 1898. Al padre Marqués le gustó, aunque reconoce que la factura de la película de 2016 resulta mucho más entretenida que la de aquella primera versión. "No digo que sea una superproducción, pero con las técnicas de ahora resulta entretenida y no tiene nada que ver con la peliculita del 45".

En un gesto de deferencia, el párroco conversó antes de la filmación con el director de la película, Salvador Calvo, aunque no llegó a visitar el set de rodaje de Santa Lucía. "Se puso en contacto conmigo cuando se iban a rodar a Guinea", explica, pero el frenesí de la grabación hizo imposible que pudiera concretarse un encuentro entre Marqués y Luis Tosar, el actor que dio vida a su abuelo en el largometraje. Quizás fue lo mejor, porque el nieto del militar no las tiene todas consigo en cuanto al actor escogido para interpretar a Martín-Cerezo: "Mi familia me decía que era un actor muy bueno, de lo mejor que hay en España, pero para mí no se parecen físicamente, mi abuelo era más majo", asegura. Lo que no le convenció fue el final de la película, que le pareció demasiado apresurado. Para el nieto del protagonista "estaba mejor rematada la primera, en la que se contaba su angustia por un posible consejo de guerra y por haber tenido a aquellos hombres pasándolo fatal sin necesidad".

Conexión filipina

El padre Marqués no va contando su relación indirecta con la historia de España a todo el que se cruza con él, pero hubo una ocasión en la que no tuvo más remedio que hacerlo. Ocurrió el año pasado, cuando una feligresa que frecuentaba su parroquia le pidió permiso para poder usar el local del templo. Era una de las representantes de la comunidad filipina en Gran Canaria, que buscaba un espacio donde ella y sus compatriotas pudieran conmemorar el 118º aniversario de la independencia de su país. "Llegado un cierto momento les dije 'Voy a desvelar la historia y a deciros quién soy, no me cojáis manía: en la independencia de Filipinas fueron protagonistas tanto vuestros bisabuelos como mi abuelo' y en realidad, todos contentísimos", cuenta ahora con emoción indisimulada.

Este primer contacto no se quedó ahí: a partir de aquel momento la comunidad del archipiélago del sureste asiático floreció en la parroquia de la Sagrada Familia y parece haberse convertido el relevo generacional de los feligreses tradicionales del barrio. "Desde entonces he casado a algunos de ellos, he celebrado al menos siete u ocho comuniones y también bautizos; vienen los padres, los hijos y las abuelas", comenta. A buen seguro, su abuelo jamás se lo habría podido imaginar.