"En un instante todo cambia, te asomas y ha pasado todo de verde a negro", relata Antonio Gil, vecino de Las Mesetas, para referirse al "horrible" paisaje que ahora observa desde la ventana de la casa de sus padres en el pueblo. Desde San Mateo, donde vive, vio la columna de humo que alertaba del incendio que calcinó las viviendas de sus vecinos. "Yo no contaba con esto, creía que no quedaba nada", asegura. Pero, caprichos de la naturaleza, su hogar, a pocos metros del resto, quedó intacto.

Cenizas en el interior y algunos árboles frutales quemados, pero lo demás permaneció como si las llamas no hubieran arrasado con casi todo a su paso en Las Mesetas, "donde todos somos allegados y vecinos de toda la vida, porque estas casas son centenarias", afirma. Dentro del inmueble todo permanece "más o menos igual", pero el cambio exterior es "desolador". "Se acaba de ir un poco la niebla y hemos visto por primera vez el monte que había enfrente y es impactante como ha quedado todo, negro por completo", explicaba ayer Gil, quién admite que no pudo evitar llorar de alegría cuando llegó tras el incendio.

"A pesar de que un vecino nos dijo que la cosa no estaba tan mal, el camino se nos hizo eterno", cuenta ya aliviado al ver su fortuna en comparación con sus vecinos. "Pese a los daños materiales, podía haber sido peor" porque, asevera, "no han habido consecuencias personales".

En la vivienda familiar viven sus padres Manuel Gil y Bibiana Naranjo, de 86 y 83 años. Justo antes de que se desatara el incendio, Manuel abandonó su hogar para llevar a la chica que los cuida hasta el hospital donde está ingresada actualmente su esposa. "Eso fue sobre las dos de la tarde y cuando quiso volver a subir, ya no lo dejaron", comenta su hijo mientras garantiza un ángel los acompaña. "Salí de trabajar y vi el humo desde mi casa y como mi padre no tiene móvil no sabía donde estaba, así que decidí ir con el coche a buscarlo", agrega. Por suerte, en la misma carretera de acceso a su domicilio lo vio llegar en su vehículo.

La noche del miércoles "se quedó en casa con nosotros y cuando hoy [por ayer] nos dejaron acceder, el trayecto fue intenso, porque nunca sabes con lo que te puedes encontrar", determina agradecido a la fortuna por su situación pero, a la vez, "dolido" por ver a sus vecinos en unas condiciones tan duras. "Pierdes la casa y lo pierdes todo, te quedas con lo puesto y no es fácil", explica con tristeza y dispuesto a echar una mano "en lo que haga falta". "Ahora toca sobreponerse y salir de esto entre todos nosotros, porque no puedes esperar nada de fuera", resalta.

Sin luz, pero con agua, Gil opta por volver a la normalidad lo antes posible y colaborar para que el resto también lo haga. Así, durante el mediodía de ayer preparó garrafas de agua para llevar a sus vecinos sin suministro. Además, no tardó en cargar sacos con papas recolectadas en su terreno para repartir.

Desde el balcón del hogar de sus padres, algunos familiares que lo acompañaban ayer miraban con angustia el panorama oscuro y casi sin vida. Algunos animales se escuchaban de fondo, reclamando a sus dueños. Y envolviéndolo todo un profundo y agrio olor a quemado.