"No". Esta palabra era para Saramago la más importante sobre la faz de la tierra, de este mundo "que algunos llaman perro, pero que los perros sin duda llamarían hombre". Su huella de gigante quizás se deba después de todo a esa negativa al conformismo, una actitud que ha cautivado a millones de lectores. Una de ellas, de pelo canoso y gafas de bibliotecario, acudió ayer a la presentación de la biografía José Saramago. La consistencia de los sueños, en la sede de la Fundación César Manrique en Tahíche. La persona en cuestión, el juez Baltasar Garzón, afirmó que "cuando se pierde a alguien como Saramago la conciencia se adormece". Aunque queda un asidero tras el abismo de la muerte, porque para el magistrado sus libros y su legado intelectual se han convertido ya en "una luz y una guía ética para las generaciones futuras". El faro Saramago sigue encendido.

Habla Garzón con una gran imagen de fondo en la que se ve a José Saramago caminando de espaldas sobre una llanura volcánica, como un Quijote en su propia luna. El mismo magistrado transita ahora por su particular infierno tras haber sido suspendido en la Audiencia Nacional dentro del proceso en su contra por supuesta prevaricación al declararse competente para investigar los crímenes del franquismo. Pero ayer tocaba orillar estos menesteres, aunque al final los ríos confluyan. "El olvido corrompe el presente y altera el futuro de los pueblos. La indiferencia es el cáncer que se expande por un mundo cada vez más insensibilizado", denunció Garzón. Recordó que el Nobel "detestaba la impunidad".

PREMONICIONES. Reconoció Garzón que se acercó a la obra literaria del autor luso tarde, en 1998. El primer libro que abrió entre sus manos fue Todos los nombres. Comenzó entonces un deslumbramiento sin fin que le llevó a "devorar" su bibliografía. Llegarían más tarde las coincidencias en los debates y, con el tiempo, la amistad y la admiración mutua. Hasta el punto de que los últimos escritos en prensa los dedicó Saramago a denunciar el via crucis profesional del juez. "Su interés por mí y por mi situación me hizo sentirle muy adentro", confesó.

Escuchándole ayer noche se podría concluir que Garzón se ha convertido en una suerte de mensajero del legado de Saramago, pues trajo en su maleta de viaje un largo repertorio de frases suyas. "Él decía que la batalla de los derechos humanos no es ni de izquierdas ni de derechas, sino algo en lo que la gente honesta puede ponerse de acuerdo", rememoró. "Siempre estuvo del lado de las víctimas, de los vencidos y los débiles y se mostró implacable con los poderosos", agregó. El juez expuso también que "Saramago tenía muy clara la explotación del hombre por el hombre" y que esto le condujo al pesimismo. "Pero el mundo no lo cambian los optimistas", observó.

TIC TAC. El autor de Memorial del convento nos habría dejado además el aviso de que una bomba de relojería hace tic tac en algún sótano oscuro y maloliente. Así, Garzón explicó que Saramago temía el posible resurgir del fascismo, incluso oculto bajo "nuevas tendencias pseudo-democráticas". El lobo, avisó Saramago y secunda el juez, puede permanecer agazapado en lo profundo del bosque, preparado para lanzar un ataque furibundo. "El vacilo de la peste puede estar latente durante décadas y manifestarse de forma virulenta en cualquier momento", argumentó Garzón citando a Albert Camus.

El biógrafo, Fernando Gómez Aguilera, director de la FCM y escritor, señaló que "debemos agradecerle a Saramago su labor para comprometernos con la humanización del mundo" y, por otro lado, su "insurrección ética". Gómez Aguilera comentó que el literato subrayó a lo largo de toda su vida que "el poder tiende a abusar y hay que vigilarlo" y, cuando corresponda, enfrentarse a él. Otra vez el "no". Era inevitable volver al principio una vez llegados el final.