Deporte y naturaleza en estado puro. Adrenalina y emoción. Estos son los principales ingredientes que brindó ayer la vigésima edición de la travesía entre Lanzarote y La Graciosa. Veinte años de competición han pasado ya casi sin darnos cuenta. El Río (brazo de mar entre Lanzarote y la octava isla) ya es mayor de edad y avanza en forma de brazadas hacia su plena madurez. Atrás quedan ya esas primeras ediciones cuando unos pocos nadadores, alrededor del centenar, se trazaban a rotulador sobre el brazo su dorsal y celebraban la llegada a Caleta de Sebo de manera improvisada.

Los primeros privilegiados convertían este espectáculo en algo familiar e íntimo. Pero el encanto de esta prueba fue sumando adeptos año tras año hasta convertirse en una cita deportiva global, que no deja indiferente a nadie. Un clásico que gana amantes a cada remada y que supera todas las fronteras.

En esta edición, 700 titanes, de ellos una treintena de menores, surcaron las aguas del Río en una pugna, no por doblegar los tiempos del crono, sino por disfrutar de una de las travesías más auténticas de las que se celebran en Europa. Prueba del tirón de esta cita con la naturaleza y el deporte es la participación de nadadores procedentes de Argentina, Inglaterra, Francia e Italia. La explosión deportiva en La Graciosa logró esquivar en el día de ayer a la traicionera corriente, y al contrario que el pasado año la organización no tuvo que suspenderla. No estaría de más acotar la cifra de participantes y ganar en seguridad.

El Cabildo conejero, no obstante, y siguiendo los consejos de los propios nadadores, sí decidió postergar hace meses la salida de la prueba, lo que permitió a la mayoría de los participantes superar la maldita boya siete, portal que anuncia el ecuador de la nadada. Esta marea de sensaciones, pese a todo, se ha convertido por derecho propio en una de las pruebas con mayor solera del circuito. Todo un ejemplo de promoción turística a un coste ínfimo.

Dos décadas de deporte y compañerismo en el que no podemos olvidar al otro gran protagonista: el pueblo graciosero, por su apoyo incondicional a los competidores. Personas anónimas que envuelven con sus aplausos a los agotados participantes al llegar a la ansiada meta.