La vigilancia en el cuartel de Manuel Lois, que se implantó hace un año cuando el Ayuntamiento decidió restringir el acceso, comienza a partir de las ocho de la noche. El vigilante, que permanece hasta las ocho de la mañana, a veces se adelanta, como ayer, y se acerca unos horas antes por el viejo acuartelamiento que ocupa una extensión de 168.500 metros cuadrados. Una barrera en la entrada impide el paso de los vehículos a cualquier persona ajena al recinto, salvo los de las autoescuelas que utilizan una parte de la finca para enseñar prácticas de conducción de motos desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche. Los alumnos de la autoescuela son los únicos que se pasean por el lugar, a excepción de algunos visitantes que se cuelan por la mañana en busca de algún material que desmantelar.

Pero en el cuartel de Manuel Lois apenas queda algo desmantelable, porque los amigos de lo ajeno ya se encargaron de robar hace años todo lo robable, desde cables hasta acero, aluminio o madera. Lo que no ha sido robado se ha quemado en múltiples incendios y el paso del tiempo ha hecho el resto. El cuartel, con piscinas, barracones, edificios y cocheras en ruinas, da la impresión de haber sido abandonado deprisa y corriendo tras un desastre natural o una guerra.