La Provincia - Diario de Las Palmas

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La Casa del Niño (1944-1991) Historia y vida de un hogar abandonado (I)

Un internado entre un mar de plataneras

Relato de un huérfano de La Aldea que salió de la pobreza en el centro del Estado ubicado en Zárate

Una de las secuelas más sangrientas que deja una guerra civil es el desamparo en el que quedan los niños huérfanos y los catalogados como pobres de solemnidad. La miseria que invadía España y de manera especial a las islas Canarias en los años cuarenta y siguientes del pasado siglo, era peor que las siete plagas bíblicas.

En ese tumultuoso contexto abrió sus puertas el año 1944 la popular Casa del Niño, un gran edificio de estilo racionalista donado al Estado por Alejandro del Castillo y del Castillo, Conde de la Vega Grande, diseñado por el prestigioso arquitecto Miguel Martín Fernández de la Torre. El edificio era de grandes proporciones, y ahora solo queda en pié su esqueleto, ya que desde 1991 en que el centro se quedó sin niños y sin protección, ha sido saqueado, incendiado y robado.

Siete mil alumnos. La Casa del Niño fue un internado por el que pasaron cerca de siete mil niños. Llenó una difícil y complicada época de necesidades y de miserias colectivas tras la posguerra, y fue, en tan dramáticas circunstancias, sin duda, un lugar privilegiado para educar a niños pobres. Hoy, cuando los que formaban parte de la primera generación de internos, (1944-1954) ya han traspasado el umbral de los setenta, y en algunos casos de los ochenta, confían en que, cumpliéndose el fin para el que fue donado el centro por el Conde de la Vega Grande, se proceda a su rehabilitación y reapertura.

Tocas blancas. Los antiguos alumnos han expresado de manera enérgica su enfado ante la serie de imputaciones crudas y negativas sobre el trato recibido en el internado por los niños, llegándose incluso a afirmar que "había castigos en celdas oscuras como de aislamiento, y que se cantaba el Cara al Sol tres veces al día". También, con idéntica perplejidad, asombro y rechazo por su parte, han sido testigos de cómo se ha llegado a calificar a las Hijas de la Caridad que vivieron en la Casa del Niño de Arucas antes de que en 1944 pasaran a la nueva Casa del Niño, de "tocas negras", según decían, por el trato inhumano que daban las monjas a los niños y niñas". Los compañeros que todavía viven y quien suscribe, entre los que se encuentran algunos que estuvieron en Arucas, coinciden en afirmar que la Casa del Niño nada tiene que ver con la que algunos describen. Las Hermanas de la Caridad y maestros de escuela tuvieron un comportamiento muy correcto, excelente, entendido en la formación de niños.

El primer hogar. Este relato personal pertenece a la primera Casa del Niño que en 1944 abrió sus puertas en Zárate un gran edificio de dos pabellones, tres plantas, una torre, un comedor para 300 niños, capilla, enfermería, lavandería-ropería, cocina, salas de carpintería y zapatería y amplios espacios para la práctica de deportes. La primera Casa del Niño fue la más pobre de todas. Estaba situada en el único edificio que existía en aquel sector en aquellos años, a bastante distancia del barrio de San José y más cerca del barrio de San Cristóbal. Se llegaba a la Catedral atravesando un inmenso mar de plataneras.

En aquella Casa del Niño ingresaron en 1945 dos hermanos, Gregorio y Andrés Armas Suárez procedentes de la Aldea de San Nicolás. Su madre había fallecido con 31 años y su padre, Medín, que había estado en la guerra, se vio obligado a tomar, él y la abuela, Carmita Díaz, tan amarga decisión. La abuela fue la partera oficial de la Aldea durante más de medio siglo. En 1982, un año antes de su muerte, el Ayuntamiento le dedicó una pequeña plazoleta y una calle.

El primer viaje La Aldea-Las Palmas para ingresar en La Casa del Niño en enero de 1945 se hizo en el camión de Pepe Déniz, atrás, en la carrocería, en un hueco que quedaba entre los ceretos de tomates que transportaba al Puerto, en la zafra, para ser enviados a Londres. En casa no había dinero ni para comprarse una hojilla de afeitar.

Primera generación. Había niños de casi todos los pueblos de Gran Canaria. Eran 300, desde los 6 a los 14 años. En la planta baja del edificio estaban las aulas. También, la biblioteca, sala de música, dirección, emisora de radio, y una sala de juegos de mesa. En los pisos superiores estaban los dormitorios. Era un centro ideal, de enormes dimensiones, con aire puro, cerca de montañas y de platanares.

Tras levantarse lo primero era rezar y la ducha para continuar con la misa en castellano a diario. El izado de banderas (española, falangista y requeté), se hacia después de la gimnasia y tras cantar el "Prietas las filas", tocaba el desayuno con café con leche y gofio. El gofio se erigió en grito de guerra en la alimentación de los niños de aquella década. La bajada de banderas se hacía a las siete de la tarde con el Cara al Sol como himno acompañante.

El almuerzo y cena eran de escaso contenido y calidad: dos platos y postre. En el almuerzo, casi siempre potaje, pescado y fruta y en la cena sopa, pescado, leche y gofio. Los domingos se comía carne de "tercera" de segundo plato. Aún se recuerda el pan frito con chorizo que daban en algunos almuerzos, los potajes de acelgas, y ¡las morcillas! que engullíamos los domingos. Los huevos, la mantequilla, el jamón cocido y el pollo eran manjares prohibidos. La cosa cambiaba una vez al año en la celebración del día de la Superiora, Sor Micaela, el 29 de septiembre, en el que daban un almuerzo extraordinario, con helado incluido. Todavía resuena la atronadora ovación con que se solía recibir a las señoritas que se llamaban guardadoras, cuando aparecían todas juntas con los helados tras abrirse la puerta de la cocina que daba al comedor.

Profesores. En el colegio había en aquellos años de casi todo a lo que podía aspirar un niño pobre: comida, ropa, enseñanza, deportes, campos y salas de juegos, biblioteca, un profesor de piano ( Luis Prieto), que figura con letras de oro en la gran historia de músicos ilustres de Las Palmas de Gran Canaria, una jovencísima y bella profesora de piano y órgano, Anita Caballero, que todavía vive y a la que Miguel Ambrosio Medina Castellano quería como una hermana. Anita dirigía el coro de voces infantiles que cantaba en las misas y en fiestas. El colegio contaba con una estupenda rondalla con los hermanos Manuel y Juan de la Guardia como maestros. Había un médico de niños, Miguel Ramón Catalán y una enfermera, Rafaelita. Y una excelente carpintería que pilotaba el gran maestro Abelardo Auyanet, que enseñó el oficio a muchos niños algunos de los que al paso de los años fueron empresarios.

También contaba el colegio con una zapatería con el maestro José Abad como "maestro". El maestro Abad era al mismo tiempo un virtuoso del clarinete, ya muy mayor, con malas pulgas, y estaba siempre al acecho de que algún niño le hiciera una trastada, que se las hacían, y no vean cómo intentaba "cazar" al infractor.

El centro disponía de una pequeña habitación para las cosas de la radio de entonces en la que se ponían discos de la época. En lo alto del interior del comedor había un aparato de radio conectado a varios altavoces, unos al propio comedor y otro al exterior de la gran sala desde los que los niños seguían, por ejemplo, los resultados de fútbol y las proclamas de las marchas falangistas. Recuerdo que en 1950 se escuchaba, todos sentados en el patio, a Matías Prats cantar en Río de Janeiro el gol que significó la primera victoria de España ante Inglaterra.

Capellanes. Había varios capellanes, don Francisco, al que le llamaban "el coco" por lo estricto y autoritario de su carácter (lo era también de la parroquia de San Cristóbal), el aruquense Francisco Caballero Mujica, el teldense Pedro Galván Vega. y un director de los asuntos religiosos, Pablo Artiles, ilustre escritor grancanario de Agüimes.

El organigrama del colegio en su parte jerárquica superior estaba integrado por el gobernador civil, presidente del cabildo, alcalde y el delegado de Auxilio Social. Estaba entonces Emilio Fernández Miranda quien, por cierto un hijo suyo fue empleado y compañero en la Caja Insular de Ahorros. Otros delegados fueron, Francisco Rubio, Sebastián Manchado Suárez, Daniel Peñate y Fernando Pons.

En un plano más humilde estaba Tomasito el chófer y Rafaelíto, el cargador, el simpático y apreciado Rafaelito, muy generoso con los niños, ambos se encargaban de una pequeña camioneta que iba todos los días al mercado de Vegueta con una monja a mendigar el sustento. Se recuerda, al menos, a dos conserjes, Manolito, el Pipa, porque fumaba con una cachimba) y "Maestro Antonio" al que los niños llamaban "el adulón" porque siempre se estaba chivando de los niños que se portaban mal. Estaba Doña María, la encargada de suministrar 'la muda' de la ropa los sábados, su bella hija Olguita, Carmita la cocinera, las guardadoras Pino Hernández Valido, Doña Cástula, las primas Araceli y Pepita Afonso de Tenoya, Consuelo, de Teror, todas eran jovencitas que rondaban los 20 años, y que fueron las "culpables" de los primeros instintos "pecaminosos" de los internos.

Pasión por el fútbol. En aquellas décadas, el deporte favorito como no podía ser de otra forma, era el fútbol. Todos los niños simpatizaban con un equipo de la primera división de la liga española, el Atlético de Bilbao era el de quien suscribe. Cuando nos enterábamos de los resultados y perdía "el Bilbao", había lágrimas . En el colegio estuvieron dos niños que luego fueron jugadores de la Unión deportiva Las Palmas: Manuel Rodríguez Morales (Manolete: temporadas 1951-1956) y Guillermo Hernández Robaina (Hernández,1965-1981).

También hubo otros que jugaron en las Palmas Atlético, Celestino Umpiérrez Fuentes y Pepito Reyes Fumero. Cómo no, en el colegio se vivió el nacimiento de la UD Las Palmas en 1949, el primer ascenso a primera el 1951 y el segundo en 1954. Por cierto, se tuvo la suerte de que uno de los profesores en la Escuela de la Granja del Cabildo, Patricio Blanc Huerta, fuera directivo de la recién creada UD Las Palmas. Blanc obsequiaba con entradas, siempre que se demostrase que se había estudiado, sorteándolas entre los más aplicados.

Enciclopedia y granja. Los estudios primarios eran un fiel reflejo del muy deficiente sistema educativo imperante. Todos los años antes del comienzo del curso, Sor María Fernández Quero, la admirada Sor María, verdadero cerebro de las Hijas de la Caridad que tan ejemplarmente cuidaban, acudía clase por clase para hacer entrega a los maestros de cuadernos nuevos, enciclopedias, catecismos, lápices, gomas y un millón de ilusiones.

La enciclopedia Edelvives fue base inamovible de nuestros estudios primarios de las denominadas históricas cuatro reglas.

En 1949, tras superar exámenes entre los compañeros que hubiesen cumplido los 12 años, se seleccionaron a 40 alumnos que inauguraron la Escuela de Capataces de la Granja Agrícola. Y fue un milagro , ya que por primera vez se disponía de un sistema de enseñanza "moderno", con seis profesores: Rafael Romero Rodríguez, Ingeniero Agrónomo; Fernando Navarro Valle, Perito Agrícola; Domingo Suárez Valido, arquitecto; Patricio Blanc Huerta, Biólogo y Jaime O´ Sanahan, Ingeniero Agrónomo. De todos, el inolvidable padre espiritual fue Fernando Navarro Valle.

Muerte de Aguiar. Don Fernando tuvo que afrontar la fatalidad de que uno de sus alumnos, José Aguiar Cabrera, muriera el 14 de mayo de 1951, con 14 años, al ser aplastado por una palmera que se iba a transplantar.

Aquella tarde José Aguiar y sus compañeros de curso, correteaban de un lado para otro en los alrededores de la dichosa palmera. De pronto, al compañero se le ocurrió introducirse en el hoyo, y desde abajo, comenzar a empujar el tronco mientras muy sonriente miraba hacia arriba, hasta que, de pronto, la palmera empezó a inclinarse lentamente, momento en el que el infortunado compañero intentó saltar para esquivar el peligro, instante en el que la palmera se precipitó, coincidiendo su derrumbe final con la cabeza del pobre José Aguiar en el borde del hoyo, aplastándola brutalmente. Aquella imagen no se ha borrado nunca de las retinas.

Este desgracia sucedió en el lugar donde hoy se encuentra el Hospital Insular. Allí y en el Materno Infantil estaban las clases y los selectos ejemplares que el Cabildo tenía en la Granja; vacas, toros, cerdos, caballos, árboles frutales, algodón, alfalfa. Los estudios en la Escuela de Capacitación Agrícola solo duraron tres cursos. Ni Matías Vega Guerra, a la sazón, el gran patriarca de la política grancanaria, pudo evitar su cierre sin que se sepan los motivos.

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