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El último mocán de la ciudad

El árbol, que se ha secado, se mantiene todavía en pie en el patio del Palacete Rodríguez Quegles - Se desconoce la fecha exacta en que fue plantado en el jardín de la mansión

Imagen del mocán (en el centro, tras la puerta) del Palacete Rodríguez Quegles. JOSÉ CARLOS GUERRA

Cuentan que antes de casarse con María Teresa González Díaz, Domingo Rodríguez Quegles le prometió que le construiría una de las mejores casas en una de las zonas más importantes de Las Palmas de Gran Canaria. En 1906 su palabra se vio por fin cumplida. Gracias al diseño del arquitecto madrileño Mariano Belmás Estrada y la ejecución de la obra por Fernando Navarro, en esa fecha el palacete Rodríguez Quegles se convirtió en la vivienda del matrimonio, así como en uno de los lugares de reunión de la alta sociedad del momento. Pero esta no es la historia del centenario inmueble que ahora se consolida como uno de los epicentros culturales de la capital. El protagonista de estas líneas también vivió en la mansión de la calle Pérez Galdós, concretamente en medio del jardín donde a duras penas se mantiene aún en pie. Es el último mocán de la ciudad.

Desde fuera del muro vallado que flanquea el que fue el antiguo Conservatorio Superior de Música, si uno se detiene apenas unos segundos, puede apreciar este ejemplar de Visnea mocanera, endémico de Canarias y Madeira. Hay más árboles que sobresalen de la verja, pero diferenciarlo es fácil. Atrás quedaron los días en los que brotaban sus flores blancas en forma de campanilla durante los meses de febrero y marzo. Ahora, entre el verdor y la robustez de sus compañeros, sus ramas secas y sus hojas marrones llaman la atención. Es el único que presenta un aspecto marchito. "Está muerto", asegura después de su última visita a los alrededores del palacete, Juan Guzmán Ojeda, ingeniero técnico forestal, quien además duda que sea recuperable. "No tiene brotes ni chupones en la parte de abajo".

Contaminación y hongos

Definir las causas de la muerte, según el experto, es difícil. "Es una especie que sufre mucho la contaminación", apostilla, "y se debería haber evitado la presencia de la fumagina, un hongo que le ha impedido transpirar bien durante años". Guzmán Ojeda sabe de lo que habla, no solo por su profesión, sino por el seguimiento que ha hecho del mocán a lo largo de mucho tiempo "desde fuera de la valla". De hecho, hace dos años le dedicó una publicación en la revista Pellagofio bajo el título El Mocán del Conservatorio y su enigmática presencia. Porque el hecho de que se encuentre en el jardín de la que fuera la residencia de Domingo Rodríguez Quegles es uno de los interrogantes que hacen aún más curiosa su existencia.

"No se sabe si estuvo antes del palacete", asevera el ingeniero técnico forestal. "Teniendo en cuenta su ubicación, en principio podría considerarse como un elemento espontáneo del propio bosque termófilo", apunta en su artículo, "pero si tomamos como criterio sus dimensiones (12 metros de altura, pero apenas 35 centímetros de diámetro) difícilmente se englobaría en el reducido grupo de nuestros árboles prehispánicos". La teoría de Guzmán pasa más porque este ejemplar sea "hijo o nieto" de otro anteriormente plantado en los patios del convento de la Concepción Bernarda, que se erigió en 1582, "poco después de la Conquista".

Esta hipótesis se cimenta en el hecho de que la mansión de la calle Pérez Galdós fue construida sobre una de las parcelas que, hasta la Desamortización de Mendizábal, formó parte del terreno en el que vivieron las monjas y que ocupaba toda la manzana, según detalla Juan José Laforet, cronista oficial de Las Palmas de Gran Canaria. "Los jardines del convento primero fueron huerta y botica", escribe Juan Guzmán, "por lo que puede que fuese un aborigen converso el que plantó el mocán".

Y es que esta especie endémica canaria- maderense tuvo su importancia para los antiguos canarios. "Los primeros cronistas europeos contaban que los pobladores de las Islas lo utilizaban con fin alimenticio y medicinal", señala Jacob Morales, arqueólogo especializado en el uso de las plantas. A pesar de que no hay mucha memoria histórica oral o escrita al respecto, ya que "pocas personas mayores aún vivas lo han probado", sí se sabe que se comía el fruto del mocán, una pequeña baya rojiza y carnosa. En El Hierro, donde se conoce como yoya, se consumían como "alimentos del camino y se chupaban las drupas", mientras que en La Gomera se ingerían tras ser "machacados", según recoge Morales en su libro El uso de las plantas en la prehistoria de Gran Canaria: alimentación, agricultura y ecología.

Asimismo, el mocán se utilizaba para elaborar una especie de sirope o licor conocido como chacerquem, que se empleaban "para los males de costado". Para ello, los antiguos canario "dejaban secar los frutos, molturándolos ligeramente a continuación y, por último, se fermentaban al fuego". De este proceso aún quedan algunos vestigios en varias partes del Archipiélago, donde se han encontrado semillas carbonizadas que aún conservan parte del tejido carnoso. En Gran Canaria, donde quedan pocos ejemplares de este árbol, se han encontrado restos de sus frutales en los yacimientos de la Cueva Pintada, en Gáldar; en el Lomo los Melones de Telde y en Mogán, en el Lomo los Gatos. "Aquí existen muchos topónimos que derivan del nombre del mocán", apostilla el arqueólogo. No obstante, cabe resaltar que este endemismo tiene, a día de hoy, la mayor presencia en la isla herreña donde existen ejemplares de gran importancia como son el de La Sombra, el de Los Cochinos, el de las Lecheras y el del Lomo del Cargadero.

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