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La historia de la ciudad sin Juan Rejón

Santa Catalina acoge una recreación de un campamento militar del s. XV y de un poblado aborigen para que ciudadanos y turistas conozcan el origen de la urbe

El capitán Juan Rejón no apareció ayer por el parque de Santa Catalina, pero no hizo falta porque la historia de la fundación de la ciudad (1478) que se recreó en uno de los lugares más cosmopolitas de la ciudad y más próximo al primer fortín castellano que hubo en Las Palmas de Gran Canaria -el castillo de La Luz- se hizo desde otros puntos de vista como el armamento, el hospital de guerra, un poblado aborigen y el escudo de la ciudad. Una oportunidad para conocer otros entresijos de la historia.

El mini campamento militar del siglo XV y poblado aborigen que, por primera vez, se instaló ayer en el parque para recrear el surgimiento de la ciudad aprovechando las fiestas fundacionales ha sido una iniciativa de la concejalía de Turismo para que ciudadanos y visitantes conozcan un poco más la historia de Las Palmas de Gran Canaria en su 538 aniversario.

Los arqueólogos, historiadores y dinamizadores culturales y turísticos de la empresa Patrimonia Consulting Arqueología Cultura y Desarrollo Turístico, vestido a la usanza de los castellanos del siglo XV y de los aborígenes de la Isla, fueron los encargados de explicar, gratuitamente, más de una curiosidad sobre aspectos de la sociedad de las dos culturas más allá del episodio de la Conquista.

Los visitantes pudieron conocieron la indumentaria que llevaban los conquistadores castellanos en el campo de batalla. Peto, casco y mallas de metal, entre otros elementos, que podían superar los más de veinte kilos para el soldado, aparte de las armas de guerra. Y que para los pequeños sirvió para hacerse un selfie.

El arma más utilizada durante la Conquista fue la ballesta ya que las de fuego eran tan rudimentarias que más que herir al contrincante se podía matar al compañero. Los caballos fueron inservibles en un territorio lleno de barrancos.

En la caseta de campaña militar del barbero, el médico de la época - una recreación de una tienda sacada de lo grabados de la toma de Málaga y de Granada- Artemi Alejandro -gerente de la empresa y arqueólogo- contó cómo se sanaban entonces las heridas de guerra. "La atención en el campo de batalla no existía, lo más probable es que te ajusticiaran allí mismo salvo que pertenecieras a la elite", dijo.

Para que las heridas de ballesta dejaran de sangrar metían una pieza de hierro caliente después de haber sacado la flecha. Posteriormente, un pequeño palo envuelto en lino y ungido en miel, que se sacaba cada varios días y se cambiaba por otro, para cicatrizarla. También relató como se cortaba una cangrena o se hacía una trepanación, que dejó a más de uno boquiabierto ante la descripción de la operación sin anestesia y sin otro tipo de drogas o venenos, que aunque se conocían, "no se usaban porque no se controlaban muy bien las dosis". La cauterización de la herida no tenía tampoco desperdicio: aceite hirviendo.

Narciso, antropólogo y educador, vestido de aborigen, mostró a la concurrencia el uso de las lascas de obsidiana sobre un cuerno de carnero transformándolo en una hoz para segar ya que 'sus antepasados' desconocían el metal. Entre las singularidades que contó fue que en La Aldea hubo una mina de explotación y que los granos de cebada más antiguos encontrados en el mundo corresponden al yacimiento de Acusa. Él también fue el encargado de explicar la simbología del escudo de la Isla y de la ciudad. En esta aparecen siete pares de espadas que representan las cinco principales batallas contra los aborígenes y contra los piratas Drake y Van der Does.

El gerente de la empresa reconoció que aunque temían la respuesta que podía originar la recreación de la Conquista, la acogida había sido "muy buena".

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