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Espejismos guanches

Buena parte de las calles de La Isleta tienen nombres heredados de los antiguos canarios y otros pasan por ser tales, pero no lo son

Espejismos guanches

"Para los canarios -dice Fernando Estévez en su libro Indigenismo, raza y evolución-, los guanches fueron y son, al mismo tiempo, los 'otros' y nosotros". Y es que, efectivamente, como sostiene el antropólogo, los aborígenes están en el centro del pensamiento de los insulares sobre lo autóctono y lo adquirido, sobre quiénes son los que habitan actualmente el Archipiélago y quiénes fueron. De entre los vestigios de la nación guanchinesca que han pervivido hasta la actualidad, uno de los más importantes es el conjunto de palabras que, deformadas por los castellanos en su transcripción escrita y buena parte de ellas de significado ignoto, dan nombre a lugares, animales, objetos y personas. También designan a calles de Las Palmas -al igual que a otras vías de las islas-, pero esto, obviamente, no por un gesto de los antiguos canarios sino porque en la época moderna, la que puso fin a su cultura, los europeos han adquirido la costumbre de poner nombre a calles, plazas y otras partes de la trama urbana como recurso para conservar la memoria.

En Las Palmas, La Isleta es, con diferencia, el barrio que tiene más calles con nombres guanches, y, dice bien el reportero, guanches, y no solo aborígenes o prehispánicos, como ciertas clases ilustradas o menos ilustradas pretenden, cuando sostienen que guanche es exclusivamente el nombre de los primigenios habitantes de Tenerife. Los arqueólogos estudian la cultura material y los filólogos la lengua, así que, si los legos tienen que aceptar lo que digan los primeros en asuntos como la momificación, la cerámica o la vivienda, en caso de conflicto deben prestar más oído a los segundos en cuestiones como el léxico. A este respecto Maximiano Trapero, catedrático emérito de Filología Española en la Universidad de Las Palmas y autor del imprescindible Estudios sobre el guanche (2007), sostiene que la palabra guanche viene del francés bajomedieval -el que hablaban los primeros conquistadores- y refiere a "los que saben esquivar", tal era la destreza de los primeros pobladores de todas las Islas para esquivar lanzas, flechas y demás armas arrojadizas con que intentaban liquidarlos los europeos.

La lengua guanche

De estos y otros asuntos concernientes a la lengua guanche habló el profesor Trapero en un reciente paseo urbano comentado, en el que se apoyó en rótulos de calles como Benecharo, Tenesor, Guayedra, Tecén o Anzofé. De su enorme caudal de conocimiento en esta materia, adquirido mediante la consulta de fuentes escritas y la tradición oral insular, pero también a través del trabajo de campo entre los bereberes de Marruecos y Túnez, este reportero propenso a la frivolidad retuvo solo algunos datos pintorescos -quien quiera conocer profundamente las aportaciones de Trapero debe leer su libro en vez de este reportaje-. Uno de estos datos es que en La Isleta hay dos calles, Artemi y Artemi Semidán, que se refieren a la misma persona, el guanarteme de Gáldar, quien al ser cristianizado se le bautizó con el nombre de Fernando Guanarteme, que es también el de otra calle de las Palmas. De modo que en esta ciudad hay tres calles dedicadas a un mismo individuo, pero sus habitantes siguen por la vida tan tranquilos, como si tuvieran otros problemas más grandes de que ocuparse.

Otro asunto es el de la calle Tauro, también de La Isleta. Obviamente, cualquier lector no experto pensará que éste no es un vocablo guanche, sino una palabra latina de la que proceden los nombres de un animal, el toro; una manifestación cultural, la tauromaquia, y una profesión, la de torero, emblemas por excelencia de lo español. Ocurre con los guanchismos que su deformación puede ser tal que a veces su origen queda velado. Y a base de ir a las fuentes orales en el barranco de Tauro, de hablar con campesinos, Trapero descubrió que esta palabra, formulada allí con otras variantes, es otro de los vestigios verbales que los actuales canarios recibieron de sus predecesores antiguos. De modo que, ya sabe el lector, cuando vea la palabra tauro, puede pensar en un astado bravío o puede evocar un barranco del sur de Gran Canaria en el que un pastor guanche se dedica, pongamos, a acariciar un baifo.

Con el nombre Tamarán ocurre lo contrario. Si el periodista tomó bien las notas mientras hablaba Trapero -y, si no es así, disculpe profesor-, este término, del que tradicionalmente se ha creído que fue usado por sus antiguos pobladores para llamar a Gran Canaria, es, en realidad, un invención de un personaje tinerfeño del siglo XIX, Manuel Osuna, verdadero falseador de la Historia, que lo tomó alegremente de la palabra támara. Ciertamente en Gran Canaria en tiempos de los aborígenes abundaban las támaras. Y, puestos a hacer etimología fantástica, también es verdad que la Isla Redonda tiene forma de galleta, pero ni por esas. Su nombre, se pongan como se pongan los custodios de las esencias, nunca fue Tamarán, del mismo modo que, aunque es poco probable que entre en tales cabezas de tenique, los guanches fueron los antiguos pobladores de todo el Archipiélago.

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