Inmersos en la crisis más profunda del sistema económico y financiero español (a fuer de mundial) de todos los tiempos, los 'expertos' de los dos bandos en liza, los neoconservadores y ultraliberales que han sembrado la semilla del caos con la bendición de la avaricia, y la socialdemocracia, en sus distintos niveles, desde los residuos marxistas a los vergonzantes, se sitúan en los extremos del debate. Unos, la derecha, quiere solucionar el problema a base de más de lo mismo; otros, la izquierda, en sus diversas tonalidades, quiere aplicar las distintas recetas recomendadas por los organismos internacionales del mercado pero sin socavar las bases del 'Estado de bienestar'. Hay dos casos emblemáticos, y muy cercanos, aunque parezca lo contrario: el de EE UU, encarnado por Obama y su programa en la línea de la izquierda demócrata de toda la vida, y el de España, un país al que la crisis mundial le ha atacado por dos flancos: por el de una estructura económica dependiente del bicultivo turismo-construcción, y el correspondiente efecto cascada, y por la parte de una política social que aún está muy por debajo de la media de los miembros 'no del Este' de la UE a 27.

El presidente Zapatero ha cometido algunos errores de estrategia, dignos de un principiante; quiso evitar el pánico, endulzando la que se venía encima, por lo que la derecha le acusa de haber provocado un agravamiento de la enfermedad, que otros habían inducido a base de jugar con el sistema autoinmune. El síndrome de inmunodeficiencia adquirido que causó el derrumbe -y para el que no hay más cura que un cóctel de antirretrovirales político económicos- había sido inoculado por un nefasto papanatismo basado en la creencia de que nunca pasaba nada. El reaganismo y el tatcherismo, con su corte de emuladores en la que correteaba algún socialdemócrata deslumbrado por el resplandor del éxito fugaz, cavó los surcos y aventó la semilla. Zapatero pudo haber situado el origen en su punto exacto, hasta con las culpas razonablemente compartidas, pero prefirió aplicar un aséptico 'materialismo científico' y no adelantar acontecimientos. Lo mismo que Obama; pero el PP necesitaba precisamente un argumento que le exculpase. Nada mejor que acusar al líder socialista de improvisación, y de una cosa y su contraria, con las pensiones o con el Instituto de Meteorología.

Pero en el análisis de lo ocurrido en España, hasta ahora ninguno de los dos principales contendientes ha contemplado un tercer elemento, clave para entender el agravamiento de la patología: la estructura autonómica y la falta de cohesión y coordinación de las medidas económicas y sociales de las diecisiete comunidades, que tienen competencias plenas en muchas materias estratégicas para luchar contra la crisis.

El mapa de España ya no es el de los años de formación del nuevo Estado autonómico. En la actualidad el desempleo en la comunidad de Madrid, de Valencia, de Canarias, de Cataluña, de Andalucía, de Extremadura, de Galicia, de Cantabria, de Asturias, de La Rioja, de Aragón, de las dos Castillas, de Murcia, de Baleares, de Euskadi, de Navarra y de Ceuta y Melilla, es una responsabilidad compartida, por los gobiernos de la Nación y los autonómicos. Por lo que respecta al modelo productivo, y por lo que toca, asimismo, a los cuidados paliativos. Es obvio que Zapatero no interviene en las prioridades del Gobierno canario a la hora de invertir cientos de millones de euros para la formación y reconversión de parados; como tampoco es responsable de las características de un negocio turístico que, como es notorio, se ha tratado por consejerías y ayuntamientos con el desprecio y el desdén con el que se trataba a una 'maría'... Los Estatutos siguen utilizándose demagógicamente, planteando nuevos y sucesivos techos y reivindicaciones 'nacionalistas' con enorme frivolidad, para tapar las incompetencias regionales. Porque el verdadero nacionalismo, que es el de la responsabilidad orgullosa, ese sigue ausente en una ridícula partida de ping-pong que se juega hasta en las regiones no nacionalistas. Algún día habrá que incorporar una tercera condición: la folclórica.