Lo que ha sucedido en el restaurante La Vaca Loca de la isla de Lanzarote es un claro aviso sobre la pasta de la que están compuestos en el siglo XXI los ejércitos de los considerados como grandes países en la esfera internacional, esos mismos que tratan de ejercer una y otra vez de garantes de la seguridad mundial. Las mismísimas naciones que tienen un elevadísimo porcentaje de su actividad económica, de su Producto Interior Bruto (PIB), ligado a la industria del armamento y que, por tanto, se ven obligadas con frecuencia a recurrir a conflictos de cualquier índole para aliviar sus stocks bélicos, renovar la chatarra de matar y encargar nuevos pedidos para volver a empezar. En la misma medida en la que los frentes de guerra se multiplican hace falta alguien que cargue con las armas y, sobre todo, las utilice. Hace falta cada vez más tropa con la que aguantar en los numerosos puntos calientes que surgen como hongos bajo la lluvia por todo el planeta. El caso español, con un ejército de lo más reducido, es un claro ejemplo de los problemas con los que se encuentran hoy día los países para completar las plantillas militares. En el caso de ejércitos gigantescos como el de los Estados Unidos de América o Reino Unido, con cientos de miles de soldados desplazados en un lado y otro, la calidad de la materia prima que compone sus unidades es hasta lógico que baje a niveles de cuasi primates, como el de los que nos ocupan. Atrás quedan los tiempos de los ciudadanos soldado que documentara Stephen S. Ambrose. Taxistas, panaderos, agricultores, carteros,... Ciudadanos de a pie que en 1940 se creyeron en la obligación de alistarse para combatir los horrores del fascismo. Desconozco si estos miembros de la Guardia Galesa sufrían de algún tipo de fatiga o estrés de combate como consecuencia del fallecimiento de algún compañero en Afganistán, en donde esta unidad tiene miembros desplazados en la actualidad. O de si vino a sus mentes un Remember Las Malvinas por los miembros de su grupo de combate desplegados junto a los gurkas nepalíes en esa guerra de los ochenta, allá en el fin del mundo, y les dio por volver a abusar de unos argentinos indefensos. No da la impresión de que ninguno de ellos haya estado a la altura de lo que supongo que los británicos esperan de un miembro de la Guardia Galesa, un cuerpo de élite al que llegaron a otorgar el honor de escoltar el ataúd de la princesa Diana durante su entierro.