Una delegación de representantes municipales e insulares de Gran Canaria se desplazaron ayer hasta los cumbreros Llanos de Ana López para la presentación de diez kilómetros de vallas. Son estas unas vallas de madera que se camuflan en el paisaje.

Durante la presentación de este invento, que es un pequeño paso para el hombre pero un gran adelanto para los capirotes, se vinculó la dotación con la Reserva de la Biosfera, a la que un buen cacho de la isla pertenece desde junio de 2005, con su teórico y consecuente cuidado medioambiental, la fijación de la población al territorio, la mejora de las fotos de los turistas, en definitiva el bienestar general de cernícalos y cristianos.

Pudiera parecer que esto de la valla es una bobería. Pero si se dijera que se trata de la intervención más importante ejecutada en nuestra Reserva de la Biosfera se entendería el porqué alguien coge un coche y le pone gasolina para ir a presentarla.

El planeta sólo tiene medio millar de reservas en el mundo, que otorga la Unesco, institución que exige una serie de actuaciones para mantenerlas en el catálogo, entre ellas la creación de un órgano de gestión.

Han pasado cinco años y, aparte de lo de ayer, sólo se han hecho 'estudios', se han colocado unos carteles y se ha anunciado, concretamente en febrero de 2009, la creación de una especie de comité de participación ciudadana para..., para enredar la cometa porque, a día de hoy, ni comité, ni banco de semillas agrarias, ni observatorio en Temisas, ni señalización de los senderos de La Aldea, que eran otras cosas que se iban a hacer.

El tema es que las decenas de endemismos siguen sin protección alguna, que Tejeda va menguando por falta de perspectivas -sólo quedan 80 niños en su colegio-, al Roque Nublo entra todo perro y gato sin vigilancia, y en definitiva, que si esto es una reserva de la biosfera es preferible echarse un ron del blanco.

Lo realmente increíble es que la isla sólo tiene 47 kilómetros cuadrados, pero las administraciones de este minimundo ignoran su mucho por ciento.

Habría que deducir pues que nuestros políticos o sólo atinan a gobernar el espacio entre su casa y el garaje del despacho, o que adolecen de un defecto de refracción, que es aquél que permite ver de cerca pero impide distinguir de lejos a tres montados en un burro, y esto sólo se soluciona con gente de buena vista o con un contenedor de gafas de culo botella.