Cuando lleguen a Las Palmas de Gran Canaria los expertos de la Capitalidad Europea de la Cultura conviene disuadirles de visitar las obras del Castillo de la Luz. La más brillante intervención arquitectónica en el pasado de la ciudad está hoy sumida en la inmundicia, cercada en su exterior por charcas pestilentes, maleza y residuos, degradada en su interior por el vandalismo de los ladrones de materiales, las plumas y excrementos de las palomas y, en general, vejada por la incuria.

La imagen no puede ser más repelente. Está claro que una visita de los auditores europeos nos expulsaría de la carrera hacia el 2016. Dos excelentes arquitectos que lograron el más bello y respetuoso compromiso de la ruina superviviente con los criterios, las técnicas y los materiales de la modernidad, han sido vencidos por dos corporaciones municipales que, a la vista de los hechos, no saben gestionar la culminación de las obras culturales verdaderamente ennoblecedoras ni proteger la integridad de lo actuado cuando las circunstancias imponen pausas.

¿Culpa del Ministerio o del Ayuntamiento? De ambos por igual. La restauración comenzó mucho antes de que asomara la crisis y paró una y otra vez hasta alcanzar el récord del abandono. Nadie se ha preocupado de disponer una vigilancia suficiente, ni siquiera mínima, y mucho menos la limpieza periódica de lo que un vacío de muros abiertos llena de cochambre. Como de costumbre, nadie tendrá culpa y cada cual tratará de endosarla al otro. El infierno siempre es el otro. Un recinto y un entorno que durante mucho tiempo tuvieron al menos funciones de centro cultural y parque infantil de distrito es, desde hace más de un lustro, inútil escombro mal vallado y botín de marginales. En suma, un secuestro patrimonial para nada.

Lo más hiriente es que esta ciudad del "no" había alcanzado el consenso acerca del destino del Castillo restaurado. Todos convinieron en hacer de él idónea sede de la Fundación Martín Chirino, grancanario de casi 86 años admirado a escala mundial entre los primeros escultores de nuestro tiempo. ¡Al fin una Fundación dedicada a un gran artista, en la ciudad y la isla que fracasan sistemáticamente con estas iniciativas! Fracasó la Fundación Manolo Millares, no avanza la Fundación Pepe Dámaso y ya veremos qué da de sí la Fundación Alfredo Kraus en la mini-sede asignada.

No será por falta de modelo. La Fundación César Manrique vertebra con rigor e internacionalidad indiscutibles gran parte de la vida cultural de Lanzarote y es, a la vez, próspero foco de atracción turística. El problema está en las personas: sin ellas, no hay diamante cuyo brillo pueda con los detritos de la indiferencia.

Tenemos el Castillo, tenemos una obra de restauración inacabada pero de una belleza sin parangón entre las de su clase y tenemos un destino consensuado. ¿Qué falta para coronarlo, llenarlo del pensamiento y las formas del más grande de los artistas canarios vivos y, sobre todo, abrirlo a la ciudad y a quienes la visitan?

Todos sabemos lo que falta. Y es una tragedia. Una gran vergüenza...