La Organización Mundial de la Salud adquirió notoriedad al propagar el pánico a la gripe A, que reportó pingües beneficios a los laboratorios farmacéuticos en los que han trabajado o trabajarán los miembros de la OMS. En lugar de callar avergonzada para siempre, la benemérita institución infringe ahora el código de honor entre hampones al cargar contra la industria de la telefonía celular. La acusación capciosa -estúpida por obvia- establece que el uso de móviles daña el cerebro, algo que conoce de sobras cualquiera que haya hablado a través de uno de esos artefactos.

En cuanto se adhieren un móvil a la oreja, mamíferos que parecían racionales unos segundos antes de esa operación sufren un eclipse neuronal. Su discurso degenera en una papilla blanda, contaminada por expresiones tan nocivas para un cerebro evolucionado como "ahora llego", "¿estás ahí?", "tenemos que hablar" o "tú no pones tanto como yo en nuestra relación". Difundida por los neurotransmisores, esta filfa provoca una inflamación cerebral de tal calado que puede ocasionar incluso una mutación en la Escherichia coli de la flora intestinal, una avenida de investigación para la actual crisis que aportamos gratuitamente.

El móvil es el artilugio mediante el cual nos comunicamos con personas con las que no mantendríamos contacto de ninguna otra manera. El 99 por ciento de conversaciones por este conducto son superfluas, porcentaje que iguala el número de seseras dañadas. La frase universal "te estoy llamando por móvil" resulta más insidiosa para el cerebro que la incrustación física del artilugio en la cabeza de sus usuarios, una tentación irresistible cuando turban la paz de ambientes no contaminados. El estudio científico no especifica si sus autores se han transmitido los datos por móvil aunque, tratándose de cerebros de la organización que inventó la gripe A, cuesta imaginar una tropelía metabólica capaz de empeorarlos. La decisión más razonable es dejar de utilizar el móvil para no tener que escuchar a la OMS.