Entre los estacazos de la economía y los vaivenes de la Bolsa y la prima de riesgo, nos están amargando el veranito. A todos y sin exclusiones. Ahí tienen, sin ir más lejos, el ejemplo de los mandatarios, en permanente desazón y guerra abierta con los llamados mercados, a la busca y captura de soluciones mágicas para salir del atolladero. Unos, como Zapatero, arrojan sin remedio la toalla y adelantan las elecciones a ver si el que le suceda en la Moncloa llega bendecido y trae un pan bajo el brazo. Obama, a quien todos suponíamos por encima del bien y del mal, casi se queda blanco del susto. Sarkozy interrumpe sus vacaciones, no sabemos si después de hacer las cuentas de cuan caro le va a salir el alimento y los pañales del bebé de la Bruni. El señor Berlusconi tira por la calle de en medio: suspende las orgías para ahorrar gastos superfluos y saca adelante un plan de ajuste que ni la famosa dieta esa.

Y mientras las alturas descubren el sexo de los ángeles, el pueblo soberano, a lo suyo. Es decir, a lo nuestro: que si vamos al Sur, que si a las islas, que si a la Península; o ya que estamos, a ver si cae una escapadita fuera de las fronteras, para hacer amigos y ampliar idiomas. Quien más quien menos, exprimiendo al máximo los días de disfrute vacacional y apurando también los bolsillos. Incluso más que apurándolos: estrujándolos hasta límites insospechados e inalcanzables, que para algo están los plazos y los embargos. Todos hablan de la crisis, de que la cosa está fea, de que el asunto de las perras y el currelo está verdaderamente jodido. Pero ahí están, con el plástico tarjetero echando humo, de tanto rasca rasca, que ni los incendios forestales.

Y a todas estas, disculpen, pero me fui por las ramas. Como lego en cuestión de números, sólo pretendía hilvanar unas pocas líneas con la pretensión de que alguien me explicara quién es el dueño de esa mano negra que controla los hilos de la economía; de quién es esa misteriosa mano que mueve la cuna de la crisis y pone al mundo patas arriba.