Hizo bien el académico de la RAE Ignacio Bosque espoleando su pluma y saliendo al campo a intentar poner autoridad en ciertos usos del lenguaje relativos al género. Y digo que hizo bien porque ello ha llevado a muchos hablantes a repasar, aunque sea someramente, algunas lecciones de gramática. La gramática suele aburrir porque es normativa y, sobre todo, porque la muchachada en los institutos tiene que examinarse de la estructura y la concordancia oracional e intentar, entre otras cuestiones, escribir sin faltas materiales de ortografía. Y, claro, si suspenden, los padres no les dan la paga y si no les dan la paga no consumen y si no consumen se aburren y entonces dicen que no son felices, y al final quien tiene la culpa es la celestinesca gramática. Es decir, el eterno cantar de los cantares. Sin embargo, el profesor Bosque lo que ha hecho con su comentado artículo es mover las maracas para divertir a los hablantes de esta parte del mundo hispánico. Es lo mismo que hizo García Márquez en la apertura de un Congreso de la Lengua Española (México, 1997), cuando propuso el disparate de simplificar a su capricho las normas ortográficas, con la diferencia de que nuestro académico está cargado de razones y las propuestas del escritor colombiano eran delirios insensatos. Durante los veinte últimos días muchos hablantes han ocupado sus tertulias en tratar temas de gramática y una millonada no ha dejado de saltarle al cuello a quien, acaso sin pretenderlo, ha dividido a los hablantes en dos bandos. Y eso es bueno para los usuarios y para la lengua española. La lengua es un ente vivo y tan vivo que continuamente entran y salen expresiones y algunas estructuras. Y ahora con el mundo digital ni les cuento. Por eso no es cuestión de ponerles puertas a los usos lingüísticos. Pero lo que se ha puesto sobre el tapete es que la expresión hablada debe de visibilizar a la mujer. Y aquí es donde empieza el guirigay. La mujer se visibiliza en la convivencia ciudadana, en el mundo laboral, en la denuncia del acoso machista. Además, el 'género sexuado' (gato/gata) sólo alcanza un pequeño porcentaje (14%) de los sustantivos; el resto es género gramatical. Y cuando aprueban los alumnos, por extensión, aprueban los chicos y las chicas. Esto es economía lingüística.