El hombre perdió las gafas en su casa, pero por mucho que las buscó no dio con ellas. Fue al cabo de las horas cuando las encontró donde solía dejarlas habitualmente. Ahí descansaban a un lado del escritorio, quietecitas como la carta robada del cuento homónimo de Edgar Allan Poe. Un magnífico relato cuya lectura propongo a quienes no lo conozcan.

En verdad, es esta una recomendación que me habría gustado hacer en la columna que escribo sin tener que inventarme un sujeto que pierde sus gafas y las busca hasta descubrir que están donde siempre. Pero tan fácil no es intentar darle coherencia a un texto. De igual modo me parece difícil aterrizar ahora, como quiero, en la ilocalizable pintura de la que habla un relato de Paul Auster, incluido en su libro Experimentos con la verdad.

He de reconocer, llegado este momento, que mi único propósito en esta columna era compartir con los lectores, y no saber cómo, la curiosa anécdota polisémica que relata Auster al respecto. Porque en alguna medida me remitió a La carta robada, inventé la historieta de las gafas perdidas como excusa para llegar a Poe y desde ahí dar el último salto.

F. es un viejo conocido de Auster, francés y artista, al que le encargan organizar una extensa exposición de la obra de Matisse. Dado que los lienzos están desperdigados por el mundo, tiene que viajar de continuo. En Nueva York se aloja siempre en el hotel Carlyle.

Tarda varios años en reunir los cuadros. Le falta, sin embargo, encontrar la que considera la obra clave de toda la exposición. En los seis meses siguientes se dedica en exclusiva a buscar este lienzo.

Finalmente resulta que durante todo ese tiempo ha estado a pocos metros de él, en un apartamento del hotel Carlyle justo encima de la habitación que F. siempre reserva para él. Escribe Auster: "Cada vez que F. iba a dormir al Hotel Carlyle, preguntándose dónde podía hallarse la misteriosa pintura, ésta colgaba de una pared justo encima de su cabeza. Como una imagen soñada".