La primera vez vine por una película. Debía de hacer un reportaje sobre una secuencia que se filmaba aquí, pero la lluvia, no prevista en el plan del trabajo, hizo que en vez de escribir sobre la jornada de rodaje lo hiciese sobre su cancelación. Desde entonces no había vuelto hasta que hace unos días algo que mantendré en secreto me hizo regresar. Y ahora me encuentro de nuevo en esta pequeña plaza de La Isleta, esta vez para acompañar a N., que toma fotos de Las Palmas.

Como tal, esta es una plaza sin nombre. Cuando lo preguntamos, sus vecinos se encogen de hombros y la llaman, simplemente, plaza de la calle Agustín Ramos, en referencia a la vía interrumpida por su emplazamiento. Elevada por una plataforma, se accede a ella por dos escalinatas que realzan su majestuosidad.

N., deslumbrado como yo por este pequeño espacio hexagonal, toma fotos sin cesar. Guarecida entre unas pocas viviendas, la plaza respira indiferencia respecto al resto de la ciudad. Ensimismada con el mar, que enmarcan una de sus escalinatas y la calle Agustín Ramos, estar en ella es, en cierto modo, como estar en la cofa de un barco.

El arquitecto Juan Ramírez Guedes, que habla en su blog D-Espacio de "monumento ausente y huella metafísica", en alusión a un depósito de agua que hasta no hace tanto precedió a la plaza, ha colgado hermosas imágenes de aquél. Y también un enlace a Como un relámpago, la película de Miguel Hermoso con la secuencia que no pude presenciar. Gravedad maciza del tanque hidráulico, que sólo aprecio mediante fotografías, rodaje que nunca contemplaré, tales evocaciones se mezclan en mi visión con la línea del horizonte marino, tan inexistente como irrefutable.

Plaza sin nombre. N. y yo damos vueltas por ella mientras el calor del mediodía congela el tiempo. Ni las imágenes de N. ni mis palabras conseguirán atrapar este vacío que intentamos designar afanosamente. Si este vacío tiene nombre es innombrable. Lo único que podemos hacer entonces es girar y girar a su alrededor.