La semana nos deja la séptima reforma educativa y el anuncio de que en cuanto ganen los otros, vendrá la octava. Al Gobierno parece darle igual que la Lomce salga adelante con los únicos votos del Partido Popular, y que fuera de sus filas, haya un consenso general sobre los graves perjuicios que puede ocasionar una norma que se propone mejorar la Educación a base de reducir oportunidades para recibirla.

Prácticamente toda la Comunidad educativa y política ha dado grandes bocinazos avisando de tan temeraria conducción. Pero a los avisos de que el ministro Wert estaba tomando una vía en sentido contrario, el Ministro respondía como en el chiste del conductor suicida, señalando que son todos los que encuentra de frente los que conducen en la dirección equivocada.

Aunque bien pensado, esta Ley puede cumplir su verdadero propósito. Si queremos ser la China de Europa, como vino a decir Rajoy en Japón, necesitamos menos licenciados y más analfabetos funcionales. Podemos disminuir radicalmente el fracaso escolar si en vez de no acabar el curso conseguimos que ni siquiera lo empiecen. Así evitamos además que nuestros hijos tengan que emigrar no porque no sepan nada, sino porque saben tanto que en nuestro país ya no hacen ninguna falta.

Con la nueva Ley, la única fórmula que encontrarán muchos chavales para dejar de tener suspensos será dejar de presentarse a los exámenes. Con suerte, se irán antes de que se les deniegue la beca. Luego, elaborarán un currículum de una sola hoja donde la licenciatura más valiosa la habrán obtenido en la autoescuela, y dedicarán muchas tardes a dejarlos en el Departamento de Recursos Humanos de las grandes superficies o los almacenes de carga y descarga. Pero en esos lugares muchos recursos ya son inhumanos, pues cuentan con automatismos que no negocian convenios colectivos ni necesitan a nadie porque uno mismo, el comprador, pasa los productos por el scanner y uno mismo completa el proceso de pago.

Esas máquinas se piensan y diseñan en sitios donde se estudia mucho y se apuesta por la educación y el conocimiento, pero sirven igual para los sitios en los que eso se considera un gasto imposible y no una inversión. Ellos seguirán fabricando nuevas ideas y nosotros fabricaremos mano de obra barata.

Mientras se mantienen ociosos, tal vez alguno haga preguntas al aire. ¿Fueron ellos los que no quisieron aprender o somos nosotros los que nos les quisimos enseñar? Sin preguntas no hay respuestas, y ya sabemos que en este país tan dado a imponer verdades y mayorías absolutas, la mejor respuesta suele ser, que no se aceptan preguntas.