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Aprendiendo de nuestros errores

El milagro soy yo

Con esas altas cifras de paro y de desempleo juvenil en España, aunque las cosas estén mejorando, no podemos decirle a la gente, ni decirnos a nosotros mismos, que la crisis se ha acabado. Lo honesto es decir que seguimos con graves dificultades. Estamos en medio de la crisis: esto no ha terminado".

Muy probablemente, el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, diría que soy un cenizo al afirmar tales cosas. Pero se equivocaría, el cenizo, en esta ocasión, es Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea. Concretamente el candidato a presidir la Comisión apoyado por Rajoy y el Partido Popular. ¡Quién lo diría: cría amigos!

Pero Rajoy vive en "una nación que ha salido de la pesadilla" según sus propias palabras en el reciente debate de política general. Nuestra economía ha registrado en 2014 un crecimiento del 1,4%, frente a una recesión del 1,2% del año anterior -en el que, por cierto, ya llevaba gobernando algo más de un año-. Es una buena noticia, como lo es los puestos de trabajo creados, aunque en mucha menor medida, dado lo precarios que son y lo mal pagados que están. También nos alegra que las previsiones para 2015 sean más positivas.

Pero el gobierno y su presidente no dicen que la recuperación es todavía demasiado incipiente y, sobre todo, que no está exenta de riesgos asociados, en primer lugar, al mantenimiento de importantes desequilibrios internos y, también, a riesgos vinculados al contexto internacional. España mantiene datos muy preocupantes en cuestiones como el desempleo, el nivel de deuda y los indicadores sociales. Y, tampoco, que, hasta el momento, ha habido muchos factores externos que han soplado en la dirección que más convenía a nuestra economía.

Afortunadamente, desde mediados de 2012 han venido sucediendo acontecimientos exteriores que nos han favorecido notablemente. El primero, las ya famosas palabras de Mario Draghi de hacer cuanto fuera necesario -y sería suficiente, según dijo- para preservar el euro. A nuestro presidente no le gusta escucharlo, pero fue esa "amenaza" a unos mercados que estaban especulando, de forma gregaria, contra las deudas soberanas de los países periféricos, lo que permitió que empezara a caer la prima de riesgo. Desde entonces, de forma ininterrumpida, ha ido reduciéndose hasta alcanzar, en el momento presente, mínimos históricos -con tasas de rentabilidad prácticamente negativas para las letras a tres meses- como consecuencia de la puesta en marcha de la versión "local" de la QE estadounidense por parte del BCE. Esto ha reportado miles de millones de euros de ahorro en el coste de nuestra deuda pública que, sin embargo, no ha dejado de crecer.

En nuestro nivel de endeudamiento, privado y público, tenemos -junto con el nivel de desempleo- el principal desequilibrio de la economía española. El endeudamiento de las empresas no financieras y el de las familias ha ido reduciéndose, aunque muy moderadamente, por lo que sus ratios de endeudamiento siguen estando claramente por encima de los que se registran, como media en la UEM. Si además tenemos en cuenta que los beneficios empresariales y las rentas de las familias no han alcanzado todavía los niveles previos al inicio de la crisis, es fácil entender que la presión financiera que están sufriendo todavía es muy elevada.

Pero la deuda pública no ha dejado de crecer en momento alguno. ¿Recuerdan al candidato Rajoy diciendo que uno no debe gastarse lo que no tiene? Se trata de una afirmación sin sentido, porque si así fuera, el sistema financiero no existiría, pero lo peor es que, si realmente lo cree, de momento no ha dejado de incumplir su máxima; es decir, no ha parado de gastarse lo que no tiene.

Al finalizar 2011, cuando Rajoy accedió a la presidencia del gobierno, la deuda pública del conjunto de las administraciones españolas ascendía a 743.531 millones de euros, y representaba el 69 por ciento del PIB. Tres años después, la deuda pública ha cerrado el último ejercicio con una cifra de 1,034 billones de euros, que representa, aproximadamente, el 97 por ciento del PIB, el porcentaje más alto en más de cien años.

Durante 2014, la deuda pública se ha incrementado en casi 68.000 millones de euros. Pongamos el dato como le gusta citarlo al presidente del gobierno: don Mariano Rajoy nos ha endeudado, durante 2014, en casi 186 millones diarios. Si computamos el incremento de deuda en el que ha incurrido de 2012 a 2014, la cifra se eleva a 290.427 millones de euros, un 39 por ciento más de deuda que la que heredó de Zapatero. Desde que llegó a la presidencia, Rajoy ha aumentado la deuda a un ritmo ligeramente superior a los 265 millones de euros diarios.

A pesar de ello, nos financiamos al coste más bajo de toda nuestra historia. ¿Por qué? Desde luego, no por los fundamentos de nuestra economía. Quizá tenga más que ver la orientación de la política monetaria del BCE. Esto nos permitiría afirmar que, en sentido estricto, no estamos en una "crisis de deuda", porque los mercados nos financian y barato, pero no significa que no existan razones suficientes para que pudieran retornar las dificultades: lo que tienen las crisis de deuda es que no avisan antes de llegar.

Veremos qué sucede en 2015; año electoral, lo que, en términos de expectativas, equivale a un cierto descontrol del gasto. ¿Notan ustedes que en sus ciudades están haciéndose más obras que en los últimos tres años juntos?

De momento, la Comisión Europea -la que preside un amigo de Rajoy- acaba de advertir de los problemas que se avecinan con la relajación en el comportamiento fiscal de las comunidades autónomas, a las que está financiando a tipos de interés cero. La Comisión teme que España incumpla el objetivo de déficit público para este año. Yo creo que el asunto del incumplimiento no es tan importante; mejor dicho, no lo sería, si el gasto fuera para realizar inversiones productivas. Quien sí consideraba que eso es un problema grave es el presidente del gobierno. Pero de eso, ahora, no habla.

Como tampoco habla de los beneficios indirectos que se derivan para la buena marcha de nuestra economía la caída en el precio del petróleo, el haber relajado, en la práctica, las reglas fiscales para Francia e Italia, o el notable impulso que, para nuestras exportaciones, supone la depreciación del euro hasta casi la paridad con el dólar estadounidense, gracias al BCE.

Cualquier día Rajoy rememorará a Aznar y dirá "el milagro soy yo".

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