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Rubén Reja

Opinión

Rubén Reja

Volar seguros

Viven' reconstruye con hábil crudeza la historia real del accidente de un avión de las aerolíneas uruguayas en los años 70 . La película narra la historia de un equipo uruguayo de rugby, el Old Christians Club, cuyo aparato se estrelló en los Andes. Una veintena de supervivientes se vieron obligados a recurrir a la antropofagia para poder subsistir. A 4.000 metros de altitud y a temperaturas bajo cero aguantaron 72 días hasta que fueron rescatados. Aquel avión no pertenecía a una compañía low cost, que son las que dominan los cielos hoy en día, al igual que el aparato de Germanwings que se desplomó ayer sobre los Pirineos galos. Las desgracias aéreas siempre tienen una dimensión diferente y siempre sobrecogen con mucha intensidad a la opinión pública. En el caso de Canarias, la historia ha golpeado con fuerza a la región en forma de desastres aéreos. Todos guardamos en la retina el maldito vuelo de las 17.00 horas de Spanair, que hacia el trayecto Barajas-Gran Canaria o el choque de dos Jumbos (1977) a la misma fatídica hora en Los Rodeos, que es por desgracia el mayor siniestro aéreo acaecido. De lo que no hay dudas es del peso específico que registra cada año las operaciones low cost. De hecho, un tercio de los pasajeros que viajaron a las Islas durante el pasado ejercicio (4,2 millones) lo hicieron bajo esta modalidad. Unos registros que se incrementan a ritmo de dos dígitos alentados por una política de precios bajos, que surgió en Estados Unidos de la mano de Southwest en los años 80. Se trataba de un modelo de negocio muy rentable e inusual en las aerolíneas tradicionales: vuelan a muchos trayectos de corta y media distancia, con rápidas rotaciones en los aeropuertos. Un modus operandi copiado en medio mundo y en el que, en muchos casos, la inversión en mantenimiento se reduce en busca de los pingües beneficios. Las prisas por tener los aviones en el aire, donde son más rentables, y la ausencia de rigor en la seguridad son las principales amenazas de unas compañías que han venido para quedarse. A ello se le une la constante presión a la que se someten a las plantillas para imprimir velocidad a todas las operaciones. Un ejemplo claro es la forma de apurar combustible de los pilotos pertenecientes a aerolíneas de bajo coste, que en más de una ocasión se ven obligados a pedir prioridad a la hora de aterrizar por entrar en reserva. Algo que ha obligado al Ministerio de Fomento a intervenir en contra de las políticas de Ryanair. Otra de las cuestiones que surgen es la conveniencia de tener en el aire modelos que superan el medio siglo. ¿Quién conduce durante miles de horas un coche de más de 25 años? El bajo coste no puede suponer una rebaja de la seguridad ni menos atención al pasaje. Las autoridades aéreas, con Fomento a la cabeza, deben mostrarse inflexibles y exigir las máximas garantías en seguridad a las compañías tradicionales en general, y a las low cost en particular, para certificar eso de que volar es un placer, pero seguro.

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