Yo me veo como un ciudadano huérfano, celoso de un tipo de política que se hacía en la mayoría de los países europeos en la década de los 60 del siglo pasado y que ya solo es un recuerdo lejano. Las democracias más consolidadas de Europa siguen sin entender cómo es que en el Reino de España, el mismo que llegó a ser un Imperio donde nunca se ponía el Sol, los españoles de hoy se sienten atraídos por adoradores de un libertador sudamericano del siglo XIX y por una ideología política que horrorizó el país de Tolstoi hace cien años. Las maniobras de políticos surgidos de la ira que comparten ese mismo ideario y el gesto de intención de voto de sus acólitos desmemoriados históricos podrían interpretarse como signos de un naufragio de un gran país que hace aguas. Aunque reconocemos que queda mucho por hacer para disminuir la enorme desigualdad de nuestro país, para parar el deterioro de nuestras industrias, para sellar un plan energético nacional, para mejorar la comunicación entre votantes y políticos y para solucionar los delicados problemas en materia de unidad nacional, estas carencias no deben ser motivo para dejar el poder en manos de vendedores de modelos inviables. Las elecciones en democracia no necesitan votos suicidas.

Nuestra democracia no estará consolidada hasta que los políticos y ciudadanos tengan un respeto por los políticos como clase y por la fe en el buen juicio de los ciudadanos. En más de una ocasión nos ha parecido que España caminaba hacia el precipicio y que la esperanza parecía quedar reducida a nada. Hay tanto que no funciona como debiera que es fácil olvidar lo bueno del ideal democrático: que los ciudadanos puedan elegir adecuadamente a aquellos que van a gobernar en su nombre y lo hagan con justicia. Cuando alguien entra en política, lo primero que debe saber es por qué lo hace. Sorprende descubrir cuánta gente entra en política sin ser capaz de ofrecer una razón convincente de por qué lo hace. Todos dicen que quieren cambiar las cosas pero no son muchos los que tienen experiencia que les faculte para emprender esa tarea. Más que en muchas profesiones, la política pone a prueba la capacidad de los políticos para saber por qué quieren ser políticos. No he escuchado de ninguno de los candidatos de los tres partidos mayoritarios a presidir el gobierno de Canarias que sepa resumir en dos frases convincentes por qué y para quién quieren ser Presidente. Pero más lamentable es que los ciudadanos voten a personas sin la suficiente preparación profesional e intelectual para gobernar.

Es hora de cambiar de capitán y de timonel en la mayoría de los partidos políticos y de las instituciones públicas. Es vergonzoso que tengamos líderes políticos nacionales sin ninguna sólida reputación nacional o internacional, o sin trayectoria destacada en su propio partido, o sin capacidad dialéctica y sin conocimientos profundos de más de uno de los idiomas más hablados en Europa, o que incluso no se sientan españoles. La mayoría de los partidos nacionales y autonómicos han perdido la capacidad de reclutar a los mejores ciudadanos entre sus candidatos y han agotado su repertorio de ideas. Según Michael Ignatieff, exlíder del Partido Liberal de Canadá, la política real no es una ciencia sino más bien el intento permanente de unos avispados individuos por adaptarse a los acontecimientos que la diosa Fortuna (esa que según Maquiavelo es una dama caprichosa que debe ser cortejada, engañada y conquistada) va situando en su camino. Para Ignatieff, los políticos son maestros del oportunismo. En la política vale todo, y lo que cuenta no es demostrar la buena o mala fe del político sino ganar la pelea.

Es exagerada la distancia que separa las preocupaciones de los votantes del discurso de los programas políticos. Todo el mundo acaba diciendo lo mismo, aunque no sea verdad. Es bastante común que en los discursos en campaña electoral o cuando acceden al gobierno, los políticos no invoquen con más frecuencia el esfuerzo y la responsabilidad común para construir todos juntos una mejor ciudad, una mejor región, un mejor país. Hasta el actual Papa ha arremetido contra la política incapaz de ofrecer un trabajo digno a los ciudadanos. El actual sistema político y económico nos está llevando a la tragedia y a la pobreza. La falta de trabajo roba la dignidad de individuos, de familias y de cualquier sociedad. En estos casos, las personas corren el riesgo de ceder a la esclavitud y a la explotación. No será fácil acabar con la corrupción política y con la indignidad de muchos empresarios y de eso que llaman "los mercados". Esa debe ser nuestra tarea común para dejar un mundo mejor a las nuevas generaciones. Y de ahí la necesidad de votar. Buen día y hasta luego.