En unas páginas de helado desprecio Pío Baroja - del que está a punto de publicarse su última novela inédita, Los caprichos de la suerte - recrea el ambiente en Madrid durante los últimos días de la fugaz guerra contra Estados Unidos por el dominio de Cuba. La gente acudía a las verbenas, no se perdía una corrida de toros y después de las vocingleras adhesiones patrióticas del principio la peña renunció a volver a preocuparse por lo que era la liquidación final del antiguo imperio español. La actitud de los centros universitarios, de los ateneos, de las organizaciones sindicales, de los escritores y de los artistas no era sustancialmente diferente. A Baroja - se le nota incluso a través del desprecio - no podía evitar asombrarle esta indiferencia cerril. Pues algo muy parecido ocurre ahora con la crisis secesionista en Cataluña. Quizás se hable más del asunto, aunque básicamente solo se trata de una incesante charlatanería infectada sentimentalmente a un lado y otro de la raya.

Lo cierto es que conculcando no solo las leyes españolas, sino la normativa legal y reglamentaria de Cataluña y de su propio Parlamento la presidenta de la Cámara, en perfecta sintonía con el grotesco machihembrado que forman Juntos por el Sí y la CUP, está dispuesta a que se apruebe la próxima semana una declaración unilateral de independencia. El gobierno catalán pretendió realizar un referéndum (ilegal) y en su ficción lo perdió. Después Artur Mas convocó unas elecciones denominadas plebiscitarias y las fuerzas que llevaban en sus programas electorales la independencia como objetivo político obtuvieron poco más del 48% de los votos. Les ha dado exactamente igual y han tirado para adelante. Cuando la señora Carme Forcadell grita "¡Viva la República catalana!" está protagonizando un acto de sedición al orden constitucional, un incipiente golpe de Estado desde las mismas instituciones del Estado. Para la grey común, obsesionada con la renovación de su basuriento contrato laboral y por pagar la hipoteca, el heroico grito de Forcadell tiene más o menos el mismo interés que la invasión de hongos en el sobaco de una participante de Gran Hermano. Pero es que este espectáculo televisivo puede terminar impactando muy seriamente en nuestra vida cotidiana, con un efecto económico mayor que lo que supuso la pérdida de Cuba y Filipinas para la España de 1898. ¿Qué se puede hacer ahora? Muy poco con una auténtica capacidad para modificar la situación. Más o menos lo que ocurre en la otra parte. Legalmente se puede disolver la Generalitat - Gobierno y Parlamento - pero cabe esperar que consejeros y diputados se sigan reuniendo. En el Palau, por ejemplo. Acto seguido, ¿se decreta el estado de sitio? ¿Se encarcela a diputados, consejeros, directores generales, ujieres de la Cámara, secretarias de Mas? Los independentistas no son una mayoría clara y evidente en Cataluña, pero la estupidez política del Gobierno español y la cretina irresponsabilidad del Gobierno catalán ha conducido a una situación en el que Mariano Rajoy no puede impedir nada y Mas y sus compinches solo pueden fabricar una independencia retórica: butifarras de humo, entusiasmo y aire.