Esta gente sorprendente, extraordinaria, manicomial. Gente adulta que cree que si dispones de un banco propio, una seguridad social tuya y solo tuya y un presidente de la república pues ya estás fundando un país más justo, próspero y solidario. Todo mito fundacional conduce a una mayor felicidad, porque estás instituyendo un tiempo nuevo desde la mismísima nada empaquetada en tu corazón. Por supuesto la construcción de esta Arcadia levantada a peso tiene que estar acaudillada por Artur Mas, santo varón de un catalanismo impoluto cuya jefatura resulta condición indispensable para que la bondad comience a extenderse sin mayores retrasos. Lo digo sinceramente: este infantilismo baboso y tramposo, esta sublimación de la puerilidad despatarrada, esta miseria intelectual compartida desde sus respectivas tradiciones y códigos por los tres partidos, la CDC burguesa y mesocrática, la ERC de menestrales rurales y profesores víctimas de la ESO, las CUP de antisistemas a los que por sistema no les gusta ni trabajar ni prescindir de creencias semirreligiosas como el marxismo asambleario, es un espectáculo fascinante.

Esta payasada coral no conduce a ninguna parte. Ni el Gobierno central puede enchironar a un Gobierno autónomo, a la presidenta del Parlamento y a decenas de diputados ni proclamar la decisión de segregarse de España tiene efecto operativo alguno (y tampoco lo tendrían las sucesivas leyes de esa hoja de ruta para desconectar de España). Lo terrible -con un país al que cuatro años de gobierno derechista ha dejado con un desempleo altísimo, una atroz precarización del trabajo y unos sistemas públicos de sanidad y educación bajo mínimos- es la cantidad de energía y talento que habrá que emplear para resolver esta situación a partir del próximo mes de enero, cuando tome posesión el nuevo Gobierno español, y que debe pasar ineluctablemente por una reforma de la Constitución y particularmente de su título VIII para definir por lo menos para las próximas dos o tres generaciones un modelo territorial del Estado y una distribución competencial que en la Carta Magna de 1978 no se encuentran perfilados.

Sería muy conveniente que Canarias llegara al debate de la reforma constitucional que se abrirá en 2016 con una propuesta de mínimos más o menos clara y con el respaldo de las principales fuerzas políticas del país, sin excluir (estúpidamente) a las emergentes. Sería muy duro, la verdad, observar cómo se abren las aguas y los canarios ofrecen su habitual espectáculo de gallinero caótico, irrelevante y prescindible. Pero no cabe (por supuesto) descartar nada. Aquí las propuestas políticas, más que pensarse y debatirse, se cacarean.